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Circo, sonido, palabras, dibujos: materialidades para una improductiva especulación sobre nuestra condición humana

Circo, artes escénicas, teatralidades y materialidades altamente improductivas para especular y traficar influencias. Eso propone este texto de Ana Harcha Cortés que se inscribe en el Proyecto «Especulaciones Sobre lo Humano» de Circo Virtual y Circo Pacheco-Kaulen y Hnos y que hoy compartimos en Hiedra.   

 

por Ana Harcha Cortés 

 

I.

¿Qué hace al ser humano ser lo que es?

Hace aproximadamente un año atrás, un grupo de artistas provenientes de las disciplinas del circo, la música, la ilustración y el teatro, nos reunimos a trabajar para desarrollar una investigación colectiva en torno a una carencia, en torno a la aceptación de nuestra ignorancia, en torno a una pregunta sin respuesta final, respecto de qué es aquello que nos constituye como seres humanos y cómo podríamos dar tratamiento a esta interrogación al poner en relación los medios disciplinares en que nosotros habitábamos.

Este primer encuentro, poseía una clara pregunta de reunión, de investigación, pero en lo absoluto demarcaba cómo estas personas que nos encontrábamos juntas en ese presente y en ese lugar, desarrollaríamos tal interrogante. Teníamos sólo este inicio común: la pregunta. Lo que habíamos conocido en nuestros particulares pasados, lo que poníamos en relación en ese presente, lo que podría contener una promesa de futuro, se develaría sólo en la relación colectiva con esa  –no pequeña–, pregunta.

Tener esta pregunta/problema en común, nos invitó a desarrollar una acción en común.

Algunos fragmentos de este proceso de acción, al que llamamos Especulaciones sobre lo Humano, es lo que compartimos en este texto, a continuación.

II.

Especular.

Especular tiene que ver con hablar de algo sin tener mucho conocimiento de ello.

Especular. Espejearse.

Especular. Traficar influencias.

Especular. Reflexionar detenidamente sobre algo.

Especular. Hacer sin productividad. Pensar por pensar. Pensar por el placer de pensar, que tiene que ver, directamente con la ociosidad.

Especular es un acto inútil (sólo a partir del siglo XVIII la palabra especular se asoció a ganancias rápidas en el ámbito mercantil, sostenidas no en lo que cuesta un objeto, si no en manipular las fluctuaciones de sus precios).

Al comprenderse como un acto inútil y arrancar su significado de la percepción generalizada de lo especulativo hoy –el universo neoliberal– para revalorizar su etimología original, lo especulativo podría contener en sí, la potencia de generar un acto poético.

Y un acto poético puede comprenderse como un modo de conocimiento.

Al develarse como un modo de conocimiento especulativo su propuesta de percepción de mundo no pudo ser una cuestión unidireccional y cerrada, sino abrió interpretaciones, lecturas, nuevas preguntas, modos de ver, modos de activar.

Estas tomaron forma a partir de acciones físicas, de sonoridades, de música, del trazado de líneas sobre una retroproyectora, de la posibilidad de construir una acción y luego sobre la misma, borrarla o de-construirla. Situaciones que compartimos en distintas instancias con otras personas, las que pudieron participar de ensayos abiertos de nuestras especulaciones y pasear por ellas, como en una exposición, en una constante propuesta de trasponer formatos. Era una escena, que también actuaba como una exposición, como un museo, como un gran archivo abierto de todo aquello que habíamos materializado hasta esos momentos, a nivel objetual, físico, perceptual, intelectual, emocional. En ello el visitador elegía dónde estar, y si era su voluntad podía intervenir, sumar una propuesta más de especulación, a lo presentado.

III.

La naturaleza y lo humano

¿Cómo era el mundo antes de los seres humanos?

¿Cómo será el mundo sin humanos?

¿Será un mundo sólo con lo que quede de naturaleza, las nobles ruinas del mundo antiguo a lo largo de todo el planeta, los desechos y escombros que producimos como memoria material de la humanidad en el último siglo?

En las conversaciones compartidas, nuestra pregunta, que pasó por diversos lugares de comprensión de lo humano, derivó a estas preguntas. En un gran sentido, distanciándose de la necesidad de definir una esencia de lo humano, y más bien, fortaleciendo la idea de que trabajar conscientemente sobre esa pregunta, nos invitaba a conocer lo existente (diversas visiones y experiencias sobre lo humano, provenientes de la biología, lo espiritual, la filosofía o lo político), no para establecer una verdad incuestionable, sino para hacernos conscientes de cómo todo aquello que revisábamos nos interpelaba en el presente. Cuestionándonos sobre qué hacemos como seres humanos hoy; y desde ese lugar, cuál podría ser la promesa de futuro que podríamos proponer a otros.

En esto, la relativización de la importancia de nuestra existencia como seres humanos dentro del mundo se volvió fundamental. Aquí, en cierto sentido, nuestro pensamiento giró hacia un pensamiento ecológico. ¿Siendo seres vivos parte de la naturaleza, qué sentido podría tener nuestra existencia sin una relación consciente con ello?

Entonces, nuestra escena se volvió también vegetal. Arbórea. Boscosa.

Entonces, nuestra escena ya no tuvo sólo humanos y cosas, sino buscó relacionarse con otros seres vivos, no humanos. Fue imposible pensar lo humano sin un vínculo con otros seres vivos, y con las cosas, con los objetos materiales que como humanos somos capaces de hacer.

Entonces, estábamos aprendiendo juntos. Aprendiendo a pensar, a relacionar y a activar el trabajo desde un lugar al que como individuos en solitario, sin esta tarea común, sin esta pregunta común, no habíamos accedido.

Aprendimos juntos.

Como seres humanos tenemos la posibilidad y la necesidad de aprender. Podemos habitar en el mundo porque aprendemos de algún modo cómo habitar el mundo. En nuestras acciones más fundamentales y ligadas a la sobrevivencia (comer, dormir, reproducirnos, digerir); como en las más complejas, vinculadas a nuestra capacidad de elaborar cosas que permanecen en el tiempo y en donde aquello que es natural, es factible de ser transformado en otra cosa –un trozo de árbol en una mesa–, aprendemos. Aprendemos un modo de habitar el mundo. Lo heredamos, lo copiamos, lo transformamos, lo proponemos.

En esta relación, más que entendernos como seres capaces de establecer esencialmente qué es lo humano, nos entendimos como seres capaces de posicionarnos respecto de un modo de comprender un sentido de lo humano: autopoiético, a decir de Maturana y Varela, lo que básicamente significa que además de lo heredado por la biología o la cultura, tiene la posibilidad de generar una nueva experiencia de conocimiento; y ecológico, en profundo compromiso con activar una práctica poética a favor de la valorización de nuestro reino natural, como especie, tan vital para lo humano, como los humanos.

En este último sentido, una profunda deshumanización de la especie, para nosotros, contendría también la ausencia de una relación de fraternidad con el reino natural. Un mundo sin humanos, sería también un mundo sin naturaleza. De todas las especies. Esto sería un mundo completamente deshumanizado. Esto sería un mundo completamente desnaturalizado.

Otras preguntas se tejen, a esta urdiembre de relaciones: ¿Tiene cosas un mundo sin humanos? ¿Un mundo deshumanizado? ¿Un mundo desnaturalizado?

Trabajando sobre este problema, nuestras indagaciones para una propuesta a compartir, son también ficciones, pequeños poemas:

Axioma
No nos importan las cosas.
Nos importan los seres humanos.
Los seres humanos hacen cosas.
Si no nos importan las cosas, posiblemente tampoco nos importan tanto los seres humanos.
Porque los seres humanos hacen cosas.
Somos con cosas.
El punto es:
¿Con cuántas cosas?
O micro relatos: 

 

Pequeña historia para asegurar la extinción
Había una vez una persona, un ser humano, capaz de devorar todas las cosas.
Después de un tiempo no había una persona, un ser humano, capaz de devorar todas las cosas. Había muchos. Había cientos. Había miles. Había millones.
Fin.

O dibujos, o proyecciones, o sonidos, o acciones físicas y escénicas, o conversaciones, y encuentros. Sobre todo, la interrelación de todo ello.

IV.

Modos de producción

Lo último del apartado anterior nos condujo políticamente a otras conciencias, profundamente vinculadas a los modos de producción en artes escénicas, específicamente a los modos de producción en las artes circenses, y específicamente vinculadas a la cuestión del estar en relación a. De la potencia que puede llegar a tener, pensar juntos, hacer juntos.

Este pensar juntos/hacer juntos provino de una pregunta que se volvió acción, pero también de otras cuestiones. De activar una voluntad de colaboración e interrogación colectiva (también con los espectadores). Una voluntad de pasar tiempo juntos (también con los espectadores). Una voluntad de hacer cosas juntos (también con los espectadores).

Esto ha generado una urdiembre (conjunto de hilos que se colocan en un telar para formar una tela), que deviene en trama (conjunto de hilos que, cruzados y enlazados con la urdiembre, forman la tela), en cada una de las experiencias de nuestro encuentro de trabajo. Tanto como colectivo de investigación-creación, como en nuestros encuentros eventuales con todos aquellos que forman parte en circunstancias específicas, de nuestra pregunta. El proceso se teje y se desteje, para volverse a tejer, no en un proceso cartesiano, claro, nítido, sino en un proceso boscoso, de luz y sombra, en donde como excavadores de un misterio, hay momentos de acceso a planicies despejadas y luego sólo inmersión en la humedad y el secreto.

Cada encuentro transforma el proceso, porque es ahí, en la emergencia del otro, de la otredad, de la potencia erótica de estar junto a lo que no es igual a mí, en donde re-elaboramos nuestra posibilidad de reflexión y acción.

Esta pregunta, urdiembre, erotización colectiva,  en torno a una pregunta por la condición humana no surgió de cualquier parte. Provino específicamente de artistas cuya dedicación principal son las artes circenses. El proceso en desarrollo y transformación ha reunido a una gran diversidad de profesionales y personas, alrededor.

Ha sido entretenido, como debe ser el circo.

Ha sido disciplinado, como debe ser el circo.

Ha sido desde el cuerpo, como debe ser el circo.

Ha sido profundamente filosófico, como puede, también, ser el circo.

Ha sido político, como puede, también, ser el circo.

Si aceptamos que como humanos somos capaces de generar experiencia y conocimiento respecto de lo que es lo humano, podemos aceptar también que como circenses también podemos generar experiencia y conocimiento respecto de lo que posible hacer en circo, en artes, en los modos de trabajar, de producir, de vivir.

“Todo es posible, nosotros somos nuestros propios censores”, decía Andrés Pérez Araya.

Esta inconclusa experiencia, esta experiencia en estado de prueba, que no anhela el espectáculo cerrado, ha sido un extendido, hondo y vital momento de activación de tal posibilidad.

Nos seguiremos encontrando.

Imágenes: Alejandro Délano

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