TOP

Euforia y depresión: cómo identificar al cínico en tiempos de crisis

Iván Insunza escribe en Hiedra para caracterizar subjetividades cínicas que emergen en plena crisis.

“debemos tomar distancia de dos actitudes igualmente conservadoras. Más bien dicho dos delirios, extremadamente seductores: la fantasía de la catástrofe, que ya ocurrió o que está a punto de ocurrir, y la fantasía del presente como el mejor momento. Ambas ficciones se igualan, porque son parte de un pensamiento mítico donde lo más importante parece ser que el enunciante de la catástrofe o de la celebración del presente como edad de oro, logre decirle al mundo que él, y sólo él, se ubica en un lugar privilegiado para detectar la catástrofe o el esplendor¨

Patricia Espinosa

Las crisis abren espacios no previstos por la estructura. La crisis es en sí misma una grieta para el continuo temporal, implica un peligro porque la estructura es desprovista de su equilibrio y suficiencia. Pero esa grieta es también una posibilidad de suceder para lo que no había sido contemplado o, de lleno, había sido sistemáticamente desactivado. La crisis abre un umbral.

Pensar la grieta como un espacio y no como una línea que se dibuja sobre una superficie es darle cabida a otro modo de imaginar. Si hay algo que la grieta no soporta es el marco de interpretación que imperó insondable antes de la crisis. Pero la grieta, que generosa da cabida, también le da espacio al que, pensando como siempre y como si nada, pretende decir lo que nadie más piensa. Toda grieta tiene su iluminado que pretende darse cuenta primero y decir lo indecible para reinar solo en el mundo de una frágil y pretendida lucidez. Toda crisis tiene a su cínico.

Tal cual pensó Freud, como el triunfo absoluto de Eros y de Tánatos, hay dos modos de no comprometerse con el mundo, de evitar la fatiga de tener que pasar por el Otro. La euforia, donde la pulsión vital ha desplazado el deseo por el otro al deseo en y por sí mismo y el descontrol total de los impulsos. Y la depresión, que dejando triunfar a la muerte ha instalado el desinterés absoluto por el vínculo. Propongo pensar esos dos estados como modos de aparecer del cinismo como subjetividad.

El cínico eufórico quiere quemarlo todo, para él son todos amarillos, medias tintas y vendidos, nadie encarna como él el ideal revolucionario y es capaz de responder con rapidez cualquier pregunta pues todo lo tiene claro antes de pensarlo. Es capaz de resolver las paradojas más inquietantes con una acelerada toma de partido. En su euforia pasa por encima de cualquier intento de vínculo con otro. El otro es el problema, nunca él.

El cínico depresivo por su lado, es de movimientos más aletargados, parece que sí pensara todo con detención. Se reconoce a sí mismo como incapaz de encarnar ideal alguno, pero con eso le niega la posibilidad a cualquiera de encarnar nada, piensa que todos son ingenuos. Responde lento y siempre en clave irónica, a veces hace juegos de palabras para mostrar cierto dominio con el lenguaje. No le interesa vincularse con nadie, sólo le importa que arribe por fin el momento en que sus advertencias escépticas se consagren y poder decir, como experimentando un pequeño orgasmo, ¨Ven, yo lo dije¨. Se aferra a que nada cambie sólo para tener la razón en su desconfianza.

Mientras el primero propone quemar el mundo entero porque no habrá nunca un sistema que sea suficientemente bueno para sus altos ideales, el segundo prefiere dejar todo como está pues, aunque algo cambie, en realidad, nada cambiará. No hace nada el depresivo y quiere hacer todo el eufórico, dos modos de no hacer nada y dos modos de pensarse como medida de todas las cosas.

Las crisis nos demandan empezar a pensar por fuera de lo ya pensado. Abren espacio como parte de la necesidad que tiene la grieta de consagrarse como nuevo territorio digno de ser habitado. El cínico opera con enunciados intercambiables, lo central es su modo de operar, pasando por encima de todos o no queriendo ver a nadie. Ambos sucumben, el primero a las adicciones y la aterradora autoexigencia de ser modelo de consecuencia e integridad, ser una superficie sin grieta. Y el segundo, a la oscuridad de su habitación y la tortura de saber que, en el fondo, lo suyo no es lucidez sino miedo.

El eufórico y el depresivo temen, sufren tener que vérselas con otro. Su miedo es exactamente lo que nos demanda la política, pasar por el otro. Habitar la grieta en conjunto con otros que seguro no piensan ni sienten como yo. Gestionar esa diferencia y, por lo tanto, levantar un espacio de lo común, demanda asistir a la asamblea, no quedarse en casa, pero tampoco ir para incendiarla.

Estas bestias contemporáneas, siguiendo a Constanza Michelson, no son necesariamente personas distintas, pueden ser dos bestias habitando el mismo sujeto. La tentación es grande. Todos queremos en algún momento no hacer el trabajo, aplazar o suspender el esfuerzo. Se trataría entonces de amarrar a las bestias, pues, aunque el cínico instruido nos recuerde siempre que todo es lenguaje y que no hay nada por fuera, también debemos nosotros recordarle que aquello no es una clausura, al contrario, es una invitación a encontrarnos en las palabras, pasar por el otro.



Foto: Bart Simpson diciendo «lo ven, yo tenía razón».

Estudió Cine y audiovisual, es Actor (IP arcos), Magíster en Artes con mención en Dirección Teatral y Dr. - PHD (c) en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte (U. de Chile - Universität Leipzig, Alemania).