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Banal: cuerpo y espectáculo

Fuimos a ver «Banal o en qué pensabas mientras te demolían», obra del dramaturgo y teórico teatral Mauricio Barría, dirigida por Heidrun Breier (Delirio), recientemente en temporada en el GAM.

 

 

En alguna metrópolis latinoamericana. Tres esquinas. Una calle donde 30 mil es un buen precio. La mujer exhibe su cuerpo. Ligera lordosis. Así es la mujer de ciudad. Una mujer salvaje que siempre lleva cartera. Porque la ocasión hace la cartera. Y la cartera hace a la señora de bien. Lo que se busca es asegurar el correcto rendimiento del producto a intercambiar. ¿Qué producto? ¿Por qué se intercambia? ¿Dónde comienza y donde termina la transacción que estamos por presenciar?

En su primera parte, Banal es una obra que exige del espectador toda su atención: tres mujeres vuelven una y otra vez sobre palabras breves, oraciones inconexas, sentencias fragmentadas, que construyen aquel discurso en el que se funda la producción de feminidad en nuestra época.

El objetivo: advertir la cosificación del cuerpo arrojado al devenir neoliberal que, bajo la promesa de suspender –o al menos, ralentizar- el tiempo (y entonces retener la experiencia de la juventud), le asigna un valor de cambio al cuerpo y lo inserta en lógicas globales de circulación.

En este ejercicio, Banal exhibe lo que quizás sea la operación maestra de este sentido de habitar el cuerpo: la reconversión de una política de explotación (del cuerpo) en una “objetiva”, legítima y despolitizada pretensión estética, a través de la cientifización del discurso económico-productivo. De ahí los tratamientos ortomoleculares, los reductores de grasa con enzimas PB500, gonadotrofina coriónica humana, Alfa Galactosidasa, etc.

Durante su segundo y tercer tercio, Banal hace un giro que permite repotenciar el problema, ahora desde la puesta en acto del cuerpo, restando protagonismo al tono enunciativo y más bien literal de la primera parte. Con ello se hace evidente el paradójico contraste entre el cuerpo real de las actrices y el cuerpo canónico de belleza: mientras más se pretende su realización, más notoria es su representación.

Esto es lo que vemos cuando una docena de cuerpos chatos, flacos, envejecidos, obesos, estirados, gruesos, atléticos, jóvenes, etcétera, saltan al escenario posando con sus carteras como maniquíes en una vitrina, cuando estos mismos cuerpos conforman un coro que entona canciones sobre lipasas y pepsinas, o bien, cuando las tres mujeres vuelven a insistir en los pasos a seguir para la realización de la mujer de ciudad, mientras resisten los ácidos lacrimógenos de la cebolla que pican frente al público.

La banalización del cuerpo es,siguiendo a la obra, fruto del proceso de estetización y sustracción de su politicidad, aunque agrega un ingrediente más: su espectacularización. Esto es lo que vemos hacia el final, cuando se articula un entretenido diálogo entre dos rostros televisivos que bien podrían ser participantes de un matinal, un reality show o ambas cosas. De cualquier modo, la espectacularización es entendida aquí como algo más que farandulización: sería la forma actual de habitar la realidad sabiendo que contemplamos un espectáculo, o sea, acumulación de imágenes.

Como se ve, Banal es una obra exigente cuya dirección debe habérselas con una dramaturgia compleja, que no fabula ni entregar conclusiones demasiado rápidas al espectador. El resultado ha sido una obra desafiante, lúcida, a ratos difícil de asimilar, pero del todo atingente a su época y a su contexto (¿por qué habrá tenido tan pocas funciones?).

Queda a la discusión, del todo pertinente, de si estamos frente a una obra performática o incluso, posdramática. Por lo pronto, si asumimos que ambas categorías son algo más que un repertorio de efectos estéticos desterritorializados, es decir, que comportan un sentido de hacer específico que se sitúa en un contexto de producción determinado, la dramaturgia de Barría tanto como la dirección de Breier parecen responder a otras intenciones, aparentemente mucho más sencillas, atingentes e interesantes: hacer aparecer una construcción ideológica que se padece en el cuerpo.

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Ficha Artística

Dramaturgia y producción: Mauricio Barría
Dirección: Heidrun Breier
Elenco: Soledad Henríquez, Ana Laura Racz y Emilia Cadenasso
Diseño sonoro y música: Pablo Aranda
Diseño de iluminación y escenografía: Andrés Poirot
Diseño de vestuario: Chino González
Gráfica: Eduardo Cerón
Coro: Constanza Guarda, Gabriela Hidalgo, Wendy Sarah Taylor, Cecilia Saavedra, Carola Giesen, Edith Díaz, Patricia Ulloa, María Ignacia Parra, Tamara Zapata, Ángela Ramirez, Luna Jadue, Mariela Lira.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.