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Noche mapuche: ver arder el mundo

Sebastián Pérez fue a ver «Noche mapuche» al GAM y escribió esta crítica donde aborda la radicalidad de la rabia y el ajusticiamiento. 

 

Manejar la exageración, la ironía, el sarcasmo y el humor negro sin saturar la condición de artificio del teatro, es hoy un talento escaso en la escena teatral local. Pocos colectivos logran trabajar la parodia como recurso y no como fin en sí mismo, lo que tiende a dar como resultado un teatro que despolitiza ahí donde cree estar sosteniendo algún tipo de resistencia crítica. Como si de un funambulista se tratase la obra Noche mapuche de la compañía La Pieza Oscura se sitúa en un espacio intermedio esbozando una crítica en un inicio radical, desde un espacio escénico desbordado por el delirio.

Todo comienza con dos parejas de amigos que disfrutan de un encuentro nocturno en alguna casa sobre la cota mil de Santiago. Durante la velada, poco a poco se nos muestra que los sueños que juegan a contarse los invitados durante esta noche pueden ser la realidad misma, o tal vez, que son un sueño dentro de otro sueño, quién sabe.

Confundir la razón, no dar a entender, o al menos, a retrasar el entendimiento, es la estrategia con que Marcelo Leonart parece rendir un homenaje a Egon Wolff y su Los invasores: tal como al jefe del clan de los Meyer, aquí los otros, los subalternos, los excluidos aparecen en sueños que invaden la realidad, volviendo finalmente indistinta una de la otra.

Pero ya no es la lucha de clases del marxismo clásico las que aparecen en escena, sino las nuevas minorías propias del multiculturalismo neoliberal actual: pueblos indígenas y étnias descolgadas de la modernidad y sin justicia por lo que ésta les ha hecho, se mezclan en un mismo tiempo/espacio con el liberalismo acomodaticio del hombre blanco: ese que defiende su propia emancipación mientras no ve problema en continuar el esclavismo negro.

Se trata de un ejercicio que podríamos llamar posmoderno en tanto hace aparecer temporalidades presentes y pasadas para mostrarnos el devenir en desgracia de los pieles rojas en el norte de América, el genocidio mapuche en el sur de américa, y la trata de negros esclavos por toda América.

El resultado, como adelantábamos es un delirio que comienza con la desbordada dramaturgia de Leonart y sigue con las actuaciones de Nona Fernández, Roxana Naranjo, Daniel Alcaíno, Caro Quito, Felipe Zepeda y especialmente Pablo Schwarz (quien tiene como sello propio el juego con el exceso).

La propuesta de diseño de Catalina Devia hace lo propio transitando entre la convención realista que nos muestra un comedido living de una casa pituca con vista al valle de Santiago y la aparición sin lógica aparente del middle west estadounidense con sus cañones, dejando para el final un espacio que nos devuelve a casa: un bosque nativo del sur de Chile.

Pero no obstante de la capacidad de Leonart y La Pieza Oscura para trabajar con el delirio, en su cierre Noche mapuche muestra su lado más débil ahí donde tiene lugar la tesis final de la obra, recordando la muerte de Matías Catrileo, y también, del matrimonio Luchsinger-McKay.

Lo que propone Leonart es oponer a la violencia con que acostumbran resolver sus conflictos los descendientes del criollismo latinoamericano, más violencia, pero al modo de un ajusticiamiento. Acaso por ello veamos que el escenario se llena con decenas de bidones con combustible: la noche mapuche consiste en quemarlo todo ahí donde nadie se ha querido quemar con una solución.

Se trata, sin duda, de un disenso con el poder (el estatal, el corporativo) que suscribe a la legitimación de la defensa de la causa del pueblo mapuche, pero el punto es la radicalidad. No es que Noche mapuche sea políticamente incorrecta o demasiado radical. Todo lo contrario: el problema es precisamente la ausencia de radicalidad en la tesis final, luego de una puesta en escena que jugó permanentemente con el exceso.

Porque volver a decirnos, -una vez más-, qué fue lo que nos dominó (el racismo biológico del hombre blanco, el fascismo, el Estado genocida, etc.), para terminar ofreciendo un tipo de rebeldía que prefiere ver arderlo todo porque ya nada importa, parece insuficiente toda vez que aglutinar descontentos hoy no parece demasiado difícil (véase el caso de Trump, Duterte, etc.).

Acaso lo verdaderamente radical consista en asumir que la magnitud del asunto abordado excede lo que un par de bidones puedan hacer en tanto -y pese a todo- ese pasado no se marcha, otro futuro no llega y este presente frente a nosotros, continúa demandando una respuesta.

No se trata de que la obra deba darnos una respuesta satisfactoria, sino que exceda esa rabia presa de un querer decirlo todo ya adelantado como un síntoma en Liceo de Niñas, que termina por poner en jaque su propia capacidad para confrontar al poder que se ha propuesto desafiar.

Obra vista en octubre de 2017.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Ficha Artística

Compañía: La pieza oscura 
Dirección y dramaturgia: Marcelo Leonart 
Elenco: Daniel Alcaíno, Nona Fernández, Roxana Naranjo, Pablo Schwarz, Caro Quito, Felipe Zepeda 
Diseño sonoro: Miguel Miranda 
Diseño de iluminación: Andrés Poirot 
Diseño de escenografía: Catalina Devia 
Producción: Francisca Babul

¿Cuándo?

Mi – Sa 20:30 hrs.

Hasta el 29 de octubre.

Sala A2

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.