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Editorial: lo que esperamos de los candidatos en el debate cultural

Lo primero es que aparezcan. Tanto el candidato Sebastián Piñera como el candidato José Antonio Kast, ambos representantes de la ultraderecha chilena, han decidido restarse del “Foro de Presidenciables sobre Cultura”, organizado por el Observatorio de Políticas Culturales (OPC) en conjunto con GAM y la Fundación Santiago Creativo, una instancia inédita para discutir sobre las propuestas de las distintas candidaturas en materia de políticas culturales y desarrollo artístico. A su ausencia es necesario sumar la de los candidatos Eduardo Artés y Alejandro Navarro.

Lo segundo son algunas directrices mínimas: esperamos de los candidatos, que no repitan lo mismo que hemos venido escuchando durante décadas, a saber, que la cultura es «importante para la identidad del país», que el arte «es necesario para todas y todos», que la educación artística «es prioritaria para el desarrollo del país», etc.

Lo tercero es preocupación por las condiciones laborales de las y los trabajadores del arte y la cultura. Ningún país que sostenga y promueva (como lo hace Chile a través de su Código del Trabajo) las condiciones laborales actuales en que trabajan artistas y trabajadores culturales, tiene un futuro auspicioso. Tan imposible como imaginar un panorama de desarrollo social sin cultura, es imaginar un futuro donde la cultura corre con cargo a sus trabajadores. Por lo mismo, ningún candidato que ignore dicha realidad en sus programas culturales tiene derecho a decir, como suelen decirlo, que el arte y la cultura está en el centro del desarrollo del país. Los trabajadores del arte y la cultura están cansados de las frases para la galería.

Lo cuarto es que esperamos programas de gobierno que reorganicen sus prioridades en función de otorgarle centralidad real al arte y la cultura, área donde la inversión estatal es marginal desde hace décadas, sin importar si los gobiernos de turno son de derecha o de izquierda. Por eso esperamos oír menos promesas de campaña que sabemos, luego se subordinarán al realismo de la situación económica del país.

Porque Chile no está en crisis. Chile no está ni por asomo transitando por un mal momento económico. Y aunque lo estuviera, el arte y la cultura no tienen por qué seguir siendo la primera prioridad a la hora de las políticas de austeridad, y tampoco deben ser las últimas al momento de invertir en desarrollo social. De tal modo que así como queremos inversión del PIB en ciencia, innovación y desarrollo tecnológico (áreas donde Chile tiene los peores indicadores OCDE), también lo queremos en cultura.

Pero sabemos que no basta con prometer más porcentaje del PIB. Chile es uno de los países OCDE que más gasta en educación superior, y al mismo tiempo, tiene uno de los peores desempeños educativos. Es por ello que esperamos propuestas que vayan más allá de la mera administración de la cultura y su presupuesto estatal, que excedan el ánimo festivo de inaugurar más y más infraestructura cultural mediando una vaga idea de “acceso” a la cultura (esa que invisibiliza el reparto estatal de la miseria material y simbólica entre las y los trabajadores del arte y la cultura) y que hablemos de verdadera participación social en los espacios culturales que habilita el Estado.

Porque la cultura, su desarrollo y democratización implica algo más que allanar el acceso, asegurar gratuidad en museos, entradas al ballet o a una obra de teatro. Implica, por ejemplo, lidiar con la desigualdad estructural chilena, que en el ámbito cultural aumenta exponencialmente. Implica, además, entender la importancia de la educación artística como algo más que el taller de teatro del colegio. Porque el rol del arte y la cultura no es el mero divertimento (aunque pueda serlo), sino mostrar los límites de nuestra subjetividad, de proponer una nueva, así como una nueva sensibilidad.

Respecto al reciente debate sobre ciencia y tecnología, diversas personalidades del área han cuestionado abiertamente la falta de preparación de nuestros candidatos en materia científica, pero también, a los entrevistadores y sus preguntas. Tratándose este de un debate sobre cultura con un marcado énfasis en las llamadas Economías Creativas, esperamos lo mismo tanto de los candidatos como de los interlocutores del encuentro.

Se trata de algo concreto y contraintuitivo: esperamos menos retórica propositiva sobre políticas culturales destinadas a favorecer la funcionalidad de las instituciones estatales o privadas, menos discursos sobre la productividad económica de la creatividad, y más espacios de reflexión crítica.

Hemos advertido incesantemente durante este año que el fomento de la creatividad, la innovación y el desarrollo por si mismos son insuficiente, e incluso, resultan contraproducentes en tanto se mida su utilidad mediante normas prácticas (como el Manual de Frascati) subordinando al individuo a retóricas  economicistas y productivistas.

Un debate como este es el espacio para hablar de lo que falta. Y precisamente de lo que falta hablar es de economía cultural, de precarización de la cultura, de desigualdad cultural, de ausencia de reflexividad en las propias instituciones culturales, en la educación artística y el aula. Por eso esperamos de los candidatos menos discursos dulcificados sobre el rol la cultura, de dar por bueno todo lo hecho y de hacer promesas subordinadas a la economía. Solo así es posible preguntarse algo en lo que venimos insistiendo hace rato: ¿quién crece cuando Chile crece?