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Julio César: heridas que hablan

Al cumplirse cuatrocientos años de la muerte de William Shakespeare, hemos tenido la oportunidad de presenciar en nuestro país la obra Julio César, fragmentos, de la Socìetas Raffaello Sanzio, dirigida por Romeo Castellucci, la que se presentó en el hall central del Museo Nacional de Bellas Artes, en el marco del Festival Santiago a Mil 2016.

A partir de una selección de textos del autor isabelino, el director italiano hace explícita su postura frente al uso de la palabra en el teatro: sólo un monólogo de apertura y otro de cierre, que más allá de su función estructural, pueden interpretarse como advertencias respecto al poder de la retórica, la que tendrá la posibilidad de herir, de producir resultados fatales como los de la tragedia shakesperiana. Castelucci parece sugerir que ese es el riesgo que corre el mundo de la representación teatral tradicional, que para él se encuentra simbolizado por Stanislavsky (asunto al que se hace alusión con la sigla “…vskij” que aparece indicada en el vestuario de un personaje).

Los efectos visuales y sonoros de estos monólogos, al mismo tiempo, exponen de forma radical la corporalidad de la voz como medio físico para la transmisión del texto. Durante el primero de estos, podemos ver proyectado el interior de la laringe –a través de una micro-cámara que el hablante se ha insertado–, y los movimientos y formas –un tanto espeluznantes– que van tomando las cuerdas vocales para poder dar origen a las diferentes entonaciones en el habla. En el segundo, el efecto –no menos impactante– lo produce el sonido desgastado de la voz de un anciano y laringectomizado político romano Marco Antonio, que a pocos metros de nosotros, nos dice que las heridas mudas de Julio César –el asesinado emperador– hablarán.

En general, es impactante el contacto con la realidad que produce la visualización de la corporalidad de los actores. El físico es fundamental en la selección del elenco: César y Antonio son visiblemente ancianos. Consecuentemente, el movimiento de los actores en el escenario es lento y preciso, lo que, junto al sonido –utilizado discretamente–, produce distanciamiento del espectador, facilitando la apreciación estética y aumentando la intensidad de la obra.

Como es habitual en las obras de Castellucci, se agradece la austera prolijidad en el diseño integral. La construcción de imágenes en altura de esta propuesta confiere particular relevancia a las imponentes dimensiones y diseño interior del edificio elegido como espacio de presentación, como también a las cariátides y esculturas que habitan permanentemente en él.  En este contexto, las túnicas blancas y rojas utilizadas como vestuario son suficientes para evocar el ambiente romano, que se confronta con elementos modernos como la proyección desde la micro-cámara. Una pequeña tarima con la palabra ARS (arte), evoca palabras que nos llevan a reflexionar sobre la artificialidad versus la realidad de un hecho escénico. Artefactos como las ampolletas, que al final de la obra explotan una a una hasta dejar el espacio completamente oscuro me hacen sentir una intensa emoción. El sutil ruido que emiten al apagarse evoca un último gemido; parecen hablar, como las heridas del César.