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Andrés Pérez

Editorial: el «patudo» de Andrés Pérez

En Chile celebramos el Día del Teatro el 11 de mayo en honor al natalicio de Andrés Pérez.

 

En Chile celebramos el Día del Teatro el 11 de mayo y no el 27 de marzo, día en que se festeja el Día Mundial del Teatro. Nos gusta eso de no dar tanta atención a la fecha internacional y quedarse con la propia. Nos gusta porque, además, es una celebración en honor al natalicio de Andrés Pérez, actor, director, dramaturgo, gestor y mucho más que marcó la historia del teatro chileno. Lo que no nos gusta es que sea un reconocimiento post mortem de parte del Estado chileno. Pasó también con el poeta Jorge Teillier: el premio nacional nunca se le otorgó a él, pero hoy el premio nacional de poesía lleva su nombre.

Pero más feo es lo que hizo el gobierno de Ricardo Lagos con Andrés Pérez: mientras por una parte el seremi de Bienes Nacionales, German Venegas, le cedía en calidad de préstamo el terreno propiedad de la extinta Dirección de Aprovisionamiento del Estado ubicado en Matucana número 100 para que Pérez llevara adelante su último gran proyecto, el mismísimo ministro de la cartera, Jaime Ravinet, lo trataba de “patudo” en prensa nacional para luego presidir la constitución de la corporación cultural que administra el espacio hasta el día de hoy.

Molestan varias cosas en realidad. Por una parte, si hay alguien patudo, ese es Jaime Ravinet y hoy lo sabemos por su trayectoria política: fiel representante del espíritu de la democracia cristiana, fue capaz de renunciar a su partido para ser ministro de Piñera, y en menos de un año, fue destituido por sus declaraciones que buscaron amedrentar a quienes investigaban casos de corrupción en el ejército.

Por otra parte molesta ver que Andrés Pérez y su trabajo fueron víctimas de la lógica de corporativización de la cultura que la Concertación impuso como único modelo de relación entre Estado y campo cultural. Porque hasta hoy ese modelo sigue siendo por lejos el principal modo de acción territorial por parte del Estado: traspasar dinero a privados para que se hagan cargo y tercerizar la acción estatal.

También molesta porque, en cierto sentido, la Concertación profitó de la estética del Gran Circo Teatro durante su periodo de instalación con toda esa retórica de la “gran fiesta de la democracia”. Esto lo notó excelentemente el profesor Juan Villegas (2009) cuando afirmó en su artículo “El teatro chileno de postdictadura” que a la política oficial le vino bien el trabajo de Andrés Pérez en tanto este tendía a la “representación de un pasado nacional ausente de conflictividad social, con fuertes tendencias a lo folklórico” (p.194) cuestión que dialogaba con el interés de la Concertación por “atenuar o silenciar los conflictos del pasado”.

Valoramos la reflexión de Villegas porque destaca las luces y sombras del teatro de Andrés Pérez. Para nosotros, en eso consiste el trabajo crítico y teórico: hacer memoria, leer la historia, analizar y elaborar juicios sin romantizaciones que creen oposiciones sin sentido entre, por ejemplo, lo que hoy es Matucana 100 y el sueño truncado de Andrés Pérez.

No sabemos si hubiera funcionado el modelo de autogestión que Pérez tenía en su cabeza para las Bodegas Teatrales. Resulta dudoso al ver lo que queda del Circo Teatro: una casona en calle República con escaso vínculo con el barrio. Hoy hay una poco reconocida distancia entre sociedad y teatro que ni la autogestión ni la gestión estatal, ni la gestión comunitaria y mucho menos la privada han logrado acortar. Poca gente va al teatro y a poca gente le importa la crisis que hoy vive.

No sabemos si como medio viviremos para ver algún cambio, pero tenemos la esperanza de que en los años venideros la relación entre el Estado y el teatro, cambie permitiendo probar otros modelos de gestión de espacios y otros modos de relación que potencien el vínculo entre arte, sociedad y Estado.