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No necesitamos un Joker

Sebastián Pérez Rouliez escribe este artículo donde piensa la representación del enemigo como una forma de control y de cómo el Joker hoy se vuelve una víctima del propio sistema, y sin embargo, no es ni un héroe ni un mártir de la protesta.

 

– ¿Hiciste todo esto para iniciar un movimiento, para volverte un símbolo?
– Vamos, Murray, ¿me veo como el tipo payaso que puede iniciar un movimiento?
Joker (2019)


¿No más enemigos?

Ya sin un enemigo que le permita legitimar su existencia y sin una razón para apretar el botón de pánico que convoca a la unidad social frente a la amenaza externa, el modelo, este modelo de vida, se ha visto en la obligación de elaborar nuevas estrategias de cohesión y sumisión al orden. La progresiva e imparable tecnificación de la vida, la política, la economía y las comunicaciones al punto de hacer que todas estas dimensiones dependan ya no del conflicto político sino de paneles de expertos y comisiones, ha sido una de las tantas formas de control social durante los últimos 30 años.

No voy a profundizar en este artículo sobre ello, pero apuntalaré algunas cuestiones mínimas: se trata de una modalidad que durante los 90’ logró su propósito con éxito, y que esa racionalidad instalada comenzó a agotarse durante la última década al punto de ya no lograr contener ni administrar el malestar político de la sociedad. En Chile, el estallido social fue el momento decisivo que marcó ese agotamiento, pero hubo expresiones durante las dos décadas previas. Después de octubre de 2019, no hubo panel de expertos ni un técnico especialista ni un político que pudiera responder a la simple pregunta de por qué un trabajador que gana el mínimo -y que ya gasta entre un quinto y un cuarto de su sueldo en transporte-, tiene que aceptar que vuelva a subir el pasaje, haciendo que su sueldo el que se vea comprometido porque en Medio Oriente hay un conflicto petrolero que aumentó el precio del dólar.

La impugnación con el estallido de estas lógicas en parte financieras, en parte biopolíticas, vuelve a hacer de la sempiterna estrategia discursiva del enemigo externo/interno un modo de desactivar la creciente politización y el conflicto social. El problema es que se requiere elaborar la representación de un enemigo poderoso que no le tema a nada ni a nadie. La pura repetición de esa frase no garantiza la aparición de ese temible antagonista. Dar con aquella representación ya no es tan fácil como en décadas anteriores pues se requiere elaborar política y estéticamente una figura cuyo “coeficiente de maldad” sea al mismo tiempo lógico, coherente y verosímil.

Todo era más simple antes cuando los malos no debían justificar su maldad. En cambio ahora, fruto de las propias estrategias retóricas del poder, la representación del enemigo demanda una espesura superior a la de enemigos de antaño. Ninguno de los enemigos que el poder se inventó desde los 90’ (Medio Oriente, el terrorismo, los cárteles de drogas, los inmigrantes, los chinos y ahora último incluso instituciones como la ONU o la OMS), ha logrado ocupar el lugar que ocupó el comunismo durante la Guerra Fría. La actual trama que vincula a George Soros, CNN y la ONU con una suerte de red subterránea del comunismo internacional aparece antes como una teoría conspiranoica que saca más carcajadas que el miedo que infunde.

La representación del enemigo poderoso

Pues bien, postulo que en el plano de la representación estética y artística, dicha cuestión se da del mismo modo que en el orden de lo político-estético. Antes los villanos se podían permitir no proveer de una argumentación lógica, coherente y verosímil. Ahora, películas sin una base de coherencia mínima son etiquetadas como parodias. Por ejemplo, el Guasón de 1989 representado por Jack Nicholson es hoy una buena pieza kitsch. Ese Guasón fundamentaba su maldad en un accidente químico que deformó su cara y alteró su psique. Sin embargo, para la versión de 2019 interpretada por Joaquin Phoenix, vemos a un Guasón cuya psique ha sido alterada por una historia de maltrato infantil, abusos, diversas formas de exclusión social, soledad, dolores indecibles, resentimientos y más.

Lo interesante es que lograr dar con la representación de un enemigo temible y coherente, permite que los buenos existan sin necesidad de justificación, pues la presencia de los malos es motivo suficiente para su existencia. Esto explica que los superhéroes del cine hollywoodense no requieran la misma coherencia argumental que los villanos. Y por eso Thanos es finalmente el mejor personaje de la saga del Marvel, mientras que los superhéroes son más bien un show de identidades sin espesura.

El refinamiento de la figura del enemigo alcanzó tal nivel en Joker (2019) de Todd Philips, que ya ni siquiera es percibido como un real enemigo. Él es simplemente otra víctima más del sistema; una persona abusada y maltratada, sin redes de apoyo efectivas que, sin embargo, hizo todo lo posible por adaptarse (bien o mal) hasta que no soportó más… y estalló.

Bajo esta lectura pareciera que el enemigo último es el propio modelo, no el Joker, cuestión que facilita que uno se sienta representado por él. De hecho, la escena final de la película donde éste es rescatado de una detención policial y es alzado frente una multitud, es recurrentemente citada en redes sociales para compararla con diversas protestas en el mundo. Y sin ir más lejos, acá en Chile durante las protestas de octubre, era posible ver a más de uno caminar por entremedio de una protesta.

 

No más Jokers

¿Por qué están todos tan molestos por estos tipos?
¡Si yo fuera el que se está muriendo en la vereda,
ustedes caminarían encima mío!
¡Me cruzo todos los días y ustedes no me notan!
Arthur Fleck

Sin embargo, sería un error transformar al Joker en representante de la protesta social. El estadio final al que arriba es todo lo opuesto a lo que ofrece el espacio de la protesta. Él es el resultado de no haber logrado subjetivar políticamente la realidad. Arthur Fleck nunca pudo acceder a los canales de representación política, de contención social, de vínculos relacionales con algún tipo de comunidad que le permitiera construir una subjetividad singular. Durante su vida fue permanentemente recortado de vínculos al punto de vaciar de sentido, creencias, valores e ideologías su vida. Por eso simplemente estalla, pero su estallido es diferente al nuestro: convertido en el Joker, busca la atención del mundo para cobrar su venganza. Él es antes que un antisistema, un antisocial.

Lo que movilizó el estallido social chileno es lo opuesto: la conciencia de que la vida hoy se ha vuelto peligrosamente invivible, y por tanto, se desean cambiar los parámetros que la determinan. Eso da como resultado una demanda política que apela a un futuro distinto, aunque no logre esbozar su forma. En cambio, en el Joker (y en todas las películas de superheores) los manifestantes carecen de voluntad política. Si aparecen en escena, es como masa dispuesta al sacrificio, o bien, una turba violenta que sin mayores argumentos desea incendiarlo todo, como si solo quisieran ver el mundo arder. Así, se justifica que sean puestos en su lugar a través de la fuerza y la reclusión (lo que a su vez justifica la aparición del superhéroe en el cine y de la brutalidad policiaca en la vida).

Pero si aceptamos que en la versión de Todd Philips el Joker ya no es el enemigo sino una víctima más… ¿quién es el enemigo último de Ciudad Gótica? No queda otro enemigo posible más que el pueblo (noción que entiendo aquí como una forma de politización social cuya potencia es la impugnación de la legitimidad del poder). El pueblo es el enemigo último pues frente a él comparecen los argumentos que constituyen la representación del héroe, del enemigo, del político, del experto, y finalmente, del orden. ¿No vivimos eso durante el estallido social? En cambio, la heroificación del Joker en las protestas sociales, implica aceptar el discurso del poder que afirma que no hay sujetos políticos sino sujetos rotos, demenciales, antisociales que constituyen la masa manifestante, una sumatoria de individuos despolitizados que se debe condenar, rechazar, reprimir, recluir y someter al orden.

El proceso abierto tras la revuelta social ha significado todo lo opuesto. Por eso no necesitamos más jokers.


Imagen: El Bromas por las calles de Los Ángeles, Chile.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.