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Sobre perder la forma humana / Parte 1

Chery Matus reflexiona, desde la danza, sobre la necesidad de perder la forma humana a la hora de pensar y ejecutar el movimiento como forma de expresión para el arte.

 

Hace varios años se ha instalado, no solo en la danza contemporánea como disciplina que refiere al cuerpo en movimiento abstracto, sino que también en diversos campos que atraviesan la idea del cuerpo y su despliegue como acto expresivo diverso, la noción de que el cuerpo ha transitado de ser condicionante sobre una raza, una identidad, un género, hacia la posibilidad de un campo expandido de entendimiento, de autoconocimiento y de reconfiguración, dejando que exista la posibilidad de que el cuerpo pueda ser experienciado de múltiples formas, y que sus devenires sean tan amplios y diversos como cuerpos existen en el universo. 

Hoy en día, y debido a la transformación que estamos atravesando -soy enfática en decir que estamos atravesando, para mantener la llama de la ilusión encendida- se hace inevitable establecer reconfiguraciones en todo ámbito de cosas. En primer lugar, según mi perspectiva, instalar una revisión de cómo han sido tratados y dispuestos los discursos con respecto al cuerpo y su despliegue sensible en varios ámbitos. 

Observamos en la actualidad que a un cuerpo no se lo puede entender de una sola manera, de una sola forma, y menos bajo una sola lógica de funcionamiento. Por tanto, y desde la mirada de las danzas, como disciplina que hace y piensa con y a través del cuerpo, se hace urgente una transformación en la relación que existe con este. Cuerpos indocumentados, cuerpos carentes, cuerpos desbordados, y así una lista de cuerpos que salen de la norma y habitan el disenso de manera amplificada. 

Dentro del circuito de las danzas ha sido una complejidad abordar la idea del cuerpo como carente, gozador y limítrofe. Han habido ciertos intentos por querer desjerarquizar la mirada que tiene la propia disciplina con respecto al cuerpo. Ya lo intentaban compartir las vanguardias de mediados del siglo pasado, sin embargo, las danzas o la disciplina artística que refiere al cuerpo en movimiento ha estado ligada a cierto prototipo, por tanto, si el cuerpo carece de alguna facultad, se podría encasillar en un imaginario colectivo que hoy resulta añejo. 

Cabría preguntarse: ¿Qué cuerpos para qué danzas? Tendríamos que retornar al pasado para reconocer en nuestros registros inscritos en la carne, la historia de nuestros cuerpos desde una perspectiva ancestral; como aquel lugar en donde se inician nuestras danzas. A lo largo del recorrido histórico en libros, textos y registros, se ha observado una relación con el cuerpo desde una manera particularmente ajena, y no en el reconocimiento por la inscripción que se aloja en nuestra propia memoria corporal. 

Si observamos en perspectiva un recorrido por la historia y los lenguajes de las danzas que han sido contados y reproducidos en la institucionalidad, podemos observar una relación con el cuerpo que atraviesa un disciplinamiento absolutamente extranjero a lo que decantaría en nuestros cuerpos; negando la idea de las danzas como una práctica situada que hoy se hace tan urgente rescatar. 

Entender la respiración, los gestos, el tacto, los órganos, todo lo que se aloja ahí y tanto más que nos refiere a un cuerpo, no es a lo que me refiero con perder la forma humana. Dejar justamente que aparezca el gesto, el sudor, la sangre ardiendo por consecuencia del movimiento, la intuición, el animal. Sería algo así como sustraerse de lo aprendido, dejar pausado el cuerpo-disciplinado, para sumergirse en el cuerpo sintiente, experienciado, situado y dislocado. 

Para dejarse atravesar por el movimiento, habría entonces que olvidar lo conocido; “la bailarina no baila” se sustrae de su terreno conocido para abordar una suerte de “vaciado” y poder ser el “médium” del movimiento (citando a Eugenia Estévez). Cuando aparece ese impulso que origina el movimiento que produce sensaciones en mi cuerpo, las observo, las escucho y las acompaño, y así, de a poco, se va develando el más puro movimiento. La danza, podríamos decir… recién ahí podemos reconocerla. 

¿Y cómo hacemos esto con cuerpos tan disciplinados como los cuerpos que danzan? Ensamblando reflexión y experiencia. Pausando un tipo de pensamiento “racional”, la idea preconcebida. Habitando en el hacer la reflexión compleja que devela puro movimiento. Arrojándose por entero a la sensación, a la emoción, al estado y al goce. 

Para habitar las danzas, hay que habitar un estado físico, corporal, sensible y reflexivo. Ese estado es estando en presente, borrando toda pretensión de futuro. Por tanto ahí, de todas formas, aparecerá el despliegue técnico del cuerpo, pero no antes del estado, no antes de la sensación y del goce: un pensamiento danzado.

Algunos creadores contemporáneos de este territorio como Plataforma Mono, Ninoska Soto y Pseudónimo cía., entre otros, han desarrollado una indagación a partir de la experiencia del cuerpo en movimiento. De un estado desbordado en tanto a percepción, materia y goce, levantan un sector más bien formal en tanto a los lenguajes y la relación con el propio cuerpo. 

Por ejemplo, en la obra Oasis de Plataforma Mono y Carolina Bravo, se ofrecen infinitas imágenes y diversos estados corporales. Desde el inicio de la pieza, hasta la mitad del recorrido, en donde prima la imagen corporal colectiva en movimiento, parecen encausar esta idea de la no forma, y abogar por un estado más allá de lo netamente interpretativo. Y aquí la cuestión temática o conceptual que aborda la pieza pasa a un segundo plano, no por la relevancia de esto, sino porque podría aparecer un estado físico-corporal-sensible en cualquier momento, como en cualquier situación de la vida.

La ejecución coreográfica permite y respeta el sello y tiempo individual, por tanto, más allá de la pulcritud coreográfica. Lo que busca la pieza en torno al estado de les performers se mantiene siempre latente y se potencia cada vez más cuando la diferencia se acentúa. La diferencia en tanto corporalidades, la diferencia en tanto a intensidad de movimiento y, por otra parte, la sincronía en cuerpos diversos heterogéneos que tienen múltiples capacidades tanto físicas como expresivas; como cualquier cuerpo las tiene. 

Arriesgar en este sentido es complejo en nuestra escena, cuando aún se valida el virtuosismo solo por su pura existencia. Por tanto, gran mérito de estos creadores es que se han puesto constantemente en pro de un ejercicio renovador para la escena, potenciando la idea de habitar el cuerpo en movimiento y no el movimiento a través del lenguaje o la técnica.

¿Cuándo la danza va a hablar desde el cuerpo? ¿Cuerpo, carne, órganos, memorias, cicatrices, huellas, fluidos? ¿Por qué la disciplina que trabaja con el cuerpo no habla desde el cuerpo, de lo que le pasa a un cuerpo, y sigue hablando del lenguaje y los tecnicismos?

Ante este panorama es que hoy en día se hace necesario transformar y reconfigurar la idea de cuerpo que hemos desarrollado. Vemos con urgencia la intención de instalar una noción con respecto a lo que se debiese entender con o por danzas. Por tanto, al hablar de desjerarquización del cuerpo, habría que también hablar de desjerarquización de los lenguajes, entendiendo que cada cuerpo y cada danza es única e irrepetible y ambas entidades confluyen en cosas mucho más complejas que la simple estructura ósea y/o la estructura coreográfica. Habría que primero dilucidar ¿Qué entendemos por danzas? 

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Imagen: Proyecto Las danzas calle Buenos Aires, 2012. Inti Gajardo

Pedagoga y Licenciada en Danza, Universidad ARCIS. Especialización teórico-práctica sobre la kinética y la puesta en escena, Buenos Aires-Argentina. Máster en práctica escénica y cultura visual, Universidad Castilla la Mancha, Artea, Centro de Arte Museo Reina Sofía, Madrid-España. Docente Universidad de Chile y UAHC.