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Zavel Castro en Hiedra

En tiempos de pandemia, el teatro también youtubea

Zavel Castro escribe en Hiedra desde Ciudad de México haciéndose parte de la discusión respecto a la relación entre virtualidad y teatro en tiempos de pandemia.

Zavel Castro
Crítica, curadora,
editora general Aplaudir de Pie

 

Es inevitable que durante las crisis se recrudezcan las sensaciones de inestabilidad, vacío y turbulencia, producidas a partir de la toma de consciencia de la nimiedad de la propia existencia, que en términos temporales suele situarse en los umbrales de la Modernidad. La consecuencia de este énfasis es la desesperación por hallar un lugar seguro, algo que simule estabilidad y que nos tranquilice. El pensamiento, muchas veces encuentra su refugio en los lugares comunes devenidos en dogmas, axiomas con los que cualquier actividad suponga haber funcionado y que nuestra inclinación a la devoción nos impide cuestionar.

En la actualidad, nuestra situación pandémica ha obligado a la práctica teatral a desprenderse de su formato original, con el lanzamiento de obras online que pretenden sustituir o paliar nuestra supuesta necesidad de teatro. En realidad parecería que se trata de un brote de manifestación de angustia por parte de los hacedores, la revelación de su miedo a desaparecer. Más allá del esfuerzo por adormecer sus inquietudes respecto a su importancia (de ahí que en estos tiempos exageren la función primordial del arte, especialmente el que ellos practican), lo que la saturación de la oferta en línea parece demostrar es la resistencia de los creadores a la posibilidad de cuestionar sus fundamentos. Esto abre una serie de problemas que conviene poner sobre la mesa para incitar el diálogo.

Paralelamente a la indefinición del teatro online, que aún no se sabe si refiere a las grabaciones de las obras, a las dramatizaciones y lecturas en vivo intermediadas por los dispositivos multimedia, o a las producciones hechas para ser proyectadas en pantalla (lo cual lo acercaría al cine y lo obligaría a indagar otras posibilidades de singularidad), han aparecido por doquier cientos de declaraciones totalitarias que por tanto, no admiten siquiera la sugerencia al debate. Concretamente, estos comentarios tienen la intención de defender lo que ellos consideran que es “la forma pura del teatro”, su única posibilidad de existencia, que es aquella que comprende al teatro como una práctica absolutamente corporal, presencial y convivial. Siendo la publicación más acusada la que asegura (acaso con un tono imperativo) que “si no hay cuerpo presente no hay teatro”.

No estoy considerando a las versiones actuales de teatro en línea como el formato de sustitución evidente, no se trata de pensar en la suplencia y mucho menos de ofrecer una solución al problema. Lo que me preocupa es la sumisión a la norma, ese “obedecer al que sabe” que frena el cuestionamiento, que impide considerar al fenómeno del arte escénico en su multiplicidad y pluralismo,  como un lenguaje simbólico que no conoce fundamento último, que “se articula y transforma continuamente”, como apunta Gerard Vilar, en Las razones del arte.

En lugar de seguir operando y aferrarnos a las perspectivas que funcionaron en otro tiempo, valdría la pena, quizás, aprovechar el confinamiento para estimular la rehabilitación de los conceptos a partir de los cuales estas se articulan, preguntarnos, por ejemplo: ¿Qué es el cuerpo? ¿Qué puede ser el cuerpo? ¿Puede trascender la materialidad? ¿Se puede desarrollar una sensibilidad virtual? ¿Cómo funciona el convivio? ¿Cuáles son las posibilidades del convivio virtual? ¿Cuál es el potencial de la virtualidad para generar experiencias significativas? ¿Puede haber cuerpo presente y coincidencia cronotópica en el mundo digital? ¿Cómo se puede radicalizar el convivio a través de la intermediación tecnológica? ¿Qué es el teatro? ¿Qué puede ser ahora?

Quienes consideramos que el pensamiento crítico depende del ejercicio incesante del cuestionamiento, que el objeto artístico es susceptible de modificarse a partir de las condiciones pragmáticas, que nuestras convicciones son siempre débiles y flexibles, aceptamos sin problema que la tarea de las teóricas y de los teóricos es paradójica, ya que “hacemos teoría sabiendo que nuestra condena es la ridiculización de nuestros argumentos en el futuro” (tomo esto también de Vilar). La naturaleza de nuestro quehacer de pensamiento nos obliga a corrernos de lugar tantas veces como sea necesario, siempre y cuando convengamos en que el teatro, en su infinita potencia de adaptación, genera inagotables maneras de ser experimentado.

Se trata de entender que si bien es cierto que “el teatro teatra”, en tiempos de pandemia “también youtubea” y que quizá este youtubear pueda ser algún día una de sus posibilidades de teatrar (no estoy diciendo que lo sea ahora, pero tampoco que no pueda serlo nunca). Como he dicho, se trata de extender los términos, de renovar nuestro lenguaje y nuestra visión respecto al ejercicio escénico, de resistir la tentación de ponerle punto final a una teoría, para convertirla en un producto comercializable que funcione para toda ocasión. Se trata de defender la apertura a una nueva inteligibilidad en relación con lo existente (el teatro en época de pandemia). De tener el valor de intentar hacer y pensar algo nuevo sobre lo conocido.

Lo que defiendo es la inconveniencia de sujetar la problematización escénica a los fundamentos sin cuestionarlos, me parece que ninguna obra debería explicarse a partir de categorías y conceptos desgastados, sino que es revitalizante ponerlas a discusión y considerar qué nos resulta todavía operativo y qué podemos cambiar. Como críticas y críticos, pero también como creadoras y creadores, podríamos ser más suspicaces en lugar de ciegamente obedientes, podríamos desordenar nuestro quehacer con la intención de intentar nuevas formas, nuevos modelos, nuevas aproximaciones. Mientras sigamos trabajando sobre lugares comunes estaremos condenando nuestro quehacer a la caducidad. Diremos siempre lo mismo, cediendo el espacio de nuestra capacidad de reinvención a la glosa y a la repetición.

Si el equipo técnico y las personas responsables de la iluminación teatral se hubieran empeñado en que la utilización de candilejas era fundamental para el ejercicio, esforzándose por determinarla como la única manera de iluminar el escenario, si no se hubieran permitido la renovación y el cuestionamiento de su labor y de sus recursos, el desarrollo del lenguaje lumínico se habría limitado, el mecanismo se habría agotado. En cambio, la integración de las innovaciones tecnológicas, revitalizó y diversificó esta actividad. El cuestionamiento del dogma abre problemas y propicia la multiplicidad de respuestas, no olvidemos nunca que la anestesia de la curiosidad ha sido siempre una estrategia de preservación de la dominación. Acostumbrémonos a dudar.

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Imagen: Gala vía streaming del Metropolitan Opera de New York.