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La crítica teatral en medios digitales: ¿democrática o masiva?

¿Ofrece un mejor panorama para la crítica los medios digitales que la prensa análoga? ¿Los medios digitales democratizan o masifican la información?

En una entrevista realizada durante el año pasado al crítico teatral Javier Ibacache en Revista Hiedra, le pedimos que evaluara el panorama de la crítica teatral hacia el cambio de siglo. Ibacache, que en esa época trabajaba en el extinto diario El Metropolitano,  recuerda que el medio estaba compuesto por gente como Pedro Labra, Agustín Letelier, Carola Oyarzún, Eduardo Guerrero, Leopoldo Pulgar, Carmen Mera y Marietta Santi, entre otros.

Quien lleve un tiempo ya frecuentando este campo, notará que hay nombres que suenan hoy. Su continuidad es una buena noticia para la sistematización de la práctica crítica, pero también es el síntoma de un medio estancado en la medida que no aparecen nombres o proyectos de recambio. Precisamente esta es la reflexión de Ibacache, quien afirmaba con algo de desconcierto: “qué feroz, no ha cambiado nada […] todos teníamos esperanzas en que los blogs y los medios de internet iban a cumplir ese rol”.

¿De dónde proviene esta esperanza? ¿Por qué asumimos que los medios de internet podrían haber cumplido ese rol? Tengo una idea: creo, por una parte, que efectivamente internet ha ofrecido nuevas dinámicas de comunicación (blogs, youtubers, booktubers, etc). Sin embargo, en la medida que se ha vuelto EL espacio de comunicación por excelencia, ciertos valores asociados a este se han vuelto indiscutibles, quizás el más relevante, el de la democratización de la comunicación.

Suponemos que internet democratiza el acceso a diferentes voces mientras la prensa tradicional solo masifica su propia voz. Sin embargo, no hay que olvidar al menos tres cosas: 1) menos del 50% de la población mundial tiene acceso a internet. 2) los mismos medios análogos de antes se han reconvertido al digital hegemonizando buena parte de la circulación de la información digital. 3) El éxito de blogs, canales de video y redes sociales está determinado por reglas algorítmicas que evalúan legibilidad, volumen de texto, etc., haciendo prioritario el uso de estrategias para masificar o viralizar que tienden casi siempre a adelgazar el sentido de lo que se dice.

Indudablemente internet ha allanado y/o facilitado el acceso a la información para quienes cuentan con un dispositivo conectado a la red, pero eso implica menos un proceso de democratización y más de masificación, esto es, garantizar el acceso a la información y/o fomentar la aparición de una pluralidad de voces nuevas, viejas, análogas, digitales, etc.

Pero en la esfera de lo común y lo público (espacio en el que internet supone expandirse democraticamente), los discursos no solo cohabitan, también disputan un espacio por la interpretación de la realidad. Por cierto que esa disputa no es un proceso puramente amable: implica fragmentar y desjerarquizar el espacio de lo común, y no simplemente volverlo disponible.

Al eliminar la dimensión antagónica de los distintos discursos críticos y reafirmar su coexistencia pacífica se tiende al relativismo moral liberal («todas las voces deben ser escuchadas»), dejando el camino abierto a que uno de esos discursos se convierta en el dominante, sin contrapesos. ¿Cuál es hoy ese discurso? El neoliberal.

En efecto, la crítica teatral vive hoy un proceso de reorganización de su función desde la perspectiva clásica (de corte autoritario) a una nueva función promotora del arte y la cultura en el contexto de un marcado interés por su poder creativo. Por eso la discusión sobre lo análogo o digital pierde sentido. Porque la crítica -este modelo de crítica- está lejos de morir. Al contrario, bienvenidos son todos los discursos que abandonan el púlpito, que se vuelven llanos, leves y hasta optimistas. Bajo la idea de una horizontalidad altamente discutible, todo el mundo gana: las obras crecen, los medios crecen, el circuito crece, la cultura crece, el país crece.

Lee más: ¿Qué es precisamente lo que crece cuando crecen los sectores artísticos?

Nada de esto es nuevo. Hace un par de años, el crítico teatral de El Mercurio, Agustín Letelier, insistió en que para explicar el crecimiento de la asistencia al teatro se debía considerar como un factor de análisis la búsqueda de status por parte de aquellos sectores sociales con suficiente capacidad económica para consumir teatro (1). Se trata de una conducta que desde la economía cultural se ha llamado consumo conspicuo.

Pues bien, la reconversión digital de los medios tradicionales y la aparición de nuevas plataformas para la circulación de la crítica, no han alterado en modo alguno esta lógica. Al contrario, la fomenta en la medida que a través de estos discursos aparentemente renovadores, se aparenta diversidad y disidencia, siempre claro, dentro de un marco de indisciplina delimitado como si de una caja de arena se tratase.

Creo entonces que la discusión, si en algún momento es posible darla en el espacio público, debe ir en el sentido de redefinir la necesidad de escribir crítica, pensándola como un proceso completamente opuesto al actual: debe impedir el puro consumo del espectáculo. De la capacidad de abrir ese entre dependerá que el crítico no sea un simple funcionario de la industria y del orden dominante.

Imagen: June Paik, ETUDE1.

(1) En realidad, las estadísticas culturales hoy demuestran que 2015 fue el año en que la asistencia al teatro comenzó a bajar luego de cuatro años de crecimiento sostenido, echando por la borda la nota de EMOL.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.