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Clausurado por ausencia: la rabia

Fuimos a ver «Clausurado por ausencia», obra escrita por el dramaturgo recientemente fallecido, Juan Radrigán. En la obra vemos a tres personajes a la espera de poder inaugurar un memorial para los detenidos desaparecidos en dictadura, siendo la metáfora de un país desmemoriado y aún sin reparación. Alerta de spoiler.

La lectura dominante respecto de la dramaturgia de Juan Radrigán –que se ha consolidado aún más luego de su fallecimiento el año pasado-, afirma que la producción de obra del antofagastino puede entenderse como un intento por trae a escena a aquellos sujetos que han quedado fuera de cuadro en la historia: los olvidados, los sin relato, los postergados, etc. Dicha lectura se basa en obras como Hechos consumados, Las brutas o Cuestión de ubicación, entre otras, nacidas en el contexto de la dictadura militar. Allí se ve espacios y personajes -prostitutas, vagabundos, obreros, etc.- que se sitúan en espacios fronterizos, casi siempre al borde de descolgarse de la modernidad o caer del tren del progreso.

Dentro de esta lectura -y pese a la distancia temporal-, puede enmarcarse Clausurado por ausencia, obra escrita por Radrigán en 2007 que se presenta por estos días en GAM. La obra, dirigida por Francisco Krebs, muestra a tres personajes: un albañil, una actriz y una hija de exiliados políticos en Alemania, prestos a intentar inaugurar un memorial para los detenidos desaparecidos por la dictadura militar chilena.

El memorial en cuestión está a medio construir y ni siquiera la obra gruesa se encuentra terminada: en escena vemos la armadura de acero de una parte del memorial que no ha terminado de ser vertido de hormigón. El resto del espacio lo cubre una rampa de loza que se hunde en la tierra. Lo único que funciona es el circuito cerrado de televisión que vigila a estos tres personajes quienes, además de ser los encargados de terminar el memorial, viven allí (el gesto es unívoco -y algo obvio-: no habrá llegado la paz al pueblo, pero al menos funciona la seguridad ciudadana).

Pues bien, los personajes viven allí no porque en alguna especie de gesto épico hayan decidido quedarse hasta terminar la obra, sino porque han sido reclutados por algo parecido a una agencia inmobiliaria a la que se le ha concesionado la construcción del memorial. He aquí el primer mazazo de Radrigán al presente: el acto de memoria no es iniciativa de un colectivo interesado en ajustar cuentas con la historia, sino de una comunidad de individuos que cree actuar como un colectivo, pero que está indefectiblemente subordinado a una política estatal neoliberal.

Desde la perspectiva de Radrigán, ya no hay materia ni asunto social -por delicado que este sea- que el Estado no pueda tercerizar. El círculo de la infamia lo cierra la propia agencia al contratar mano de obra derrotada material y simbólicamente, es decir, gente cuyas condiciones de vida son precarias, pero cuyas esperanzas de cambiar algo sin cambiar las reglas del juego, están intactas. De ahí que una actriz desempleada sea una candidata ideal para el proyecto: no posee trabajo estable y está dispuesta a aceptar –casi- cualquier condición por trabajar para una buena causa.

Pero los espectadores nos encontramos con estos personajes ya avanzado su desgaste y poco antes de que su paciencia se acabe. Mal que mal, es la sexta vez que se posterga la inauguración del memorial. Y cuando la paciencia se termina por acabar, llega la desolación y la rabia, un sentimiento que el dramaturgo nortino conocía y manejaba realmente bien. La rabia, su violencia y su negatividad le permiten a Radrigán barrer con otro tipo de violencia muy propia de nuestra época: la del consenso.

Dos años antes de la publicación del texto de Clausurado por ausencia, Radrigán publicó Diatriba de la empecinada. En ella una mujer llamada Victoria busca a su compañero detenido desaparecido por cielo, mar y tierra diciendo: «la mía es una rabia torrencial, provinciana, nacional y mundial […] Así que basta de vueltas y revueltas, se pararon los desgraciados y partieron a buscar a Desaparecido”. Es evidente que frente a la ira de Victoria, mantener el estado de las cosas por más tiempo resulta imposible. Su rabia abre un estado de excepción, ese que Radrigán afirmaba, era necesario para cambiar las cosas.

Sin embargo, en la puesta en escena de Clausurado por ausencia el efecto no es el mismo. La rabia tiende a disiparse. Creo que esto sucede porque la dirección y las actuaciones se enfocan en acentuar el humor del texto, lo que termina por descremar la rabia. Por cierto que esto trae consecuencias: los cuestionamientos del texto (El rol del Estado victimario con discurso de víctima, la sociedad indiferente, etc.) pierden vuelo y relevancia. Así, podríamos afirmar que estamos frente a una puesta en escena con recursos suficientes para defenderse, pero sin duda está escasa como para iniciar un contraataque. [/vc_column_text]

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Ficha artística

Dramaturgia: Juan Radrigán
Dirección: Francisco Krebs
Asistente de dirección: Iván Fernández
Intérpretes: Miguelángel Acevedo, Paula Bravo, Carla Casali
Diseño escenográfico e iluminación: Jorge Velis
Asistencia escenográfica y utilería: José Farías
Realización escenográfica: Cuervo Rojo
Diseño de vestuario: Jorge «chino» González
Maquillaje: Fabián Torres
Diseño sonoro: Alejandro Miranda
Productor: Rienzi Laurie
Fotos: Jorge Sánchez

¿Cuándo?

Hasta el 8 de abril


Mi- Sáb 21 hrs

GAM

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.