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Tratando de hacer una obra que cambie el mundo: punk is dead

Sebastián Pérez fue a ver «Tratando de hacer una obra que cambie el mundo (el delirio final de los últimos románticos)», segundo montaje de la afamada compañía La Re-sentida, que se re-estrenó en Matucana 100. 

 

Cada cierto tiempo se pueden encontrar en la cartelera teatral local coincidencias temáticas entre diferentes puestas en escena: obras que hablan sobre la discriminación sexual, que buscan mostrar las formas de exclusión del otro y/o que muestran conflictos sociales en una población, una oficina, un grupo de profesores, un mall, etc.

Pero también hay obras metateatrales: puestas en escena que tratan de… una puesta en escena. Buena parte de este metateatro suele recurrir a un tratamiento irónico y burlesco del acto de hacer una obra de teatro, situándose preferentemente desde la negatividad o la “oposición a”. Así, desde el recorte de situaciones, la caricaturización de personajes y conflictos, se busca dar cuenta de la imposibilidad de llegar a un resultado artístico ya sea por la torpeza ideológica de los integrantes del elenco o por su falta de técnica (lo que al final es lo mismo).

Precisamente esto es lo que vemos en Tratando de hacer una obra que cambie el mundo (el delirio final de los últimos románticos) obra de la compañía de teatro La Re-sentida que vuelve a tener temporada siete años después de su estreno. En ella vemos a cuatro actores y una actriz que han decidido encerrarse voluntariamente bajo tierra en una especie de búnker con el firme propósito de no salir de allí hasta dar con aquella obra maestra que cambiará el mundo.

Sin embargo, la obra nunca aparece pues los supuestos sobre los que se funda son equívocos, desde creer que cortando todo contacto con la realidad en una especie de retiro artístico se va a lograr un resultado, hasta repetir lugares comunes y clichés del teatro: con una vaga noción de la crueldad artaudiana, el teatro político y  la performatividad, estos actores responden al arquetipo romántico del artista hipersensible, algo idiota y resentido.

De este modo La Re-sentida se propuso dar un segundo paso luego de Simulacro, su primera obra. El objetivo era reflexionar respecto a cuál sería la función social o utilidad del teatro en un contexto de precariedad cultural y artística, siempre desde el trabajo con la parodia, altas dosis de irreverencia y la provocación al público.

Precisamente son estos componentes los que le han dado fama a la compañía de ácidos, de intratables y punkies. Pero hoy, habiendo pasado siete años y dos estrenos, una pregunta relevante sería si acaso la obra comporta el rendimiento crítico propuesto inicialmente por la compañía en 2010, a saber: visibilizar las formas erróneas en que creemos estar reflexionando la realidad. Mal que mal, se trataba de un contexto distinto que todavía no era remecido por los movimientos estudiantiles y la consecuente repolitización del espacio público.

En realidad, no podemos responder taxativamente si alguna vez tuvo el rendimiento propuesto, pero si podemos decir que respecto a nuestro presente, no. Hoy es evidente que la irreverencia política, la ironía y la parodia, no rinde ni basta para construir un discurso crítico. Esto, que se hizo especialmente evidente luego de La dictadura de lo cool y su imposibilidad por tratar con el fondo del asunto propuesto, da cuenta del gran problema que implica parodiar hoy: la parodia apuesta por el exceso, por burlarse de todo diciéndonos algo que buena parte de las veces ya sabemos, creyéndose todavía en posesión de una distancia privilegiada y dejándonos en el intertanto un vacío de sentido.

Lo curioso es que dicho vacío de sentido es el resultado de la exacerbación de su mayor virtud: la de poder retratar con lucidez extrema el presente. En efecto, La Re-sentida es sumamente hábil a la hora de mostrar los callejones sin salida del decadentismo romántico en el mundo del arte. El punto es que ese retrato no nos sirve para nada más que para reír.

Y este es también el problema del punk: en el mejor de los casos se funda en un nihilismo estético y una retórica de la desilusión. Por eso el punk vive en función de la negación de todo (y por eso es incapaz de decir algo que no sea puro sarcasmo). Se divierte guitarreando con estridencia, haciendo comentarios lúdicos y audaces que señalan una catástrofe, pero no se comprometen con ella.

Así, vista en retrospectiva, Tratando de hacer una obra que cambie el mundo asoma como una obra visagra para la compañía que marca un devenir donde la parodia como recurso comienza a ser apropiada por el mismo sistema que buscan cuestionar. Entonces los caminos se bifurcan: formalmente las obras de La Re-sentida han sumado en calidad montaje tras montaje (de hecho ver sus obras es una grata experiencia tanto por las actuaciones, el diseño escénico y la dirección), mientras que ideológicamente han quedado estancadas en una especie de chiste recursivo.

En suma, Tratando de hacer una obra que cambie el mundo asoma como una provocación divertida, incluso audaz, pero ya sin lanceta, sin veneno e incapaz de desnaturalizar el presente, sino más bien reiterándolo como un… simulacro.

Corta es la vida del punk y triste es su destino: de la radicalidad outsider a pasarelas de alta costura, de un estilo de vida a un estilo de moda, de un galpón a giras internacionales.

Obra vista en septiembre de 2017.

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Ficha artística

Dirección: Marco Layera

Dramaturgia: La Re-sentida

Producción: Nicolás Herrera

Elenco: Benjamín Westfall, Carolina Palacios, Nicolás Herrera, Pedro Muñoz, Eduardo Herrera

Diseño Integral: Pablo de la Fuente

Diseño de Vestuario: Carola Sandoval 

Director Técnico: Karl Heinz Sateler

Sonido: Alonso Orrego

Asistente de Escena: Diego Acuña, Benjamín Cortés

¿Cuándo?

Ju – Sa 20:30 hrs.

Do 19:30 hrs.

Hasta el 10 de septiembre

Teatro principal, Matucana 100.

¿Dónde?

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.