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ficción calculada

Ficción calculada

Sebastián Pérez Escribe sobre un recuerdo de la niñez, una ficción calculada y una representación, pero de verdad.

Si la memoria no me falla, el programa de la lucha libre lo transmitían cerca de las siete u ocho de la noche por el canal 4 de la red, 17 del tv cable. Iniciaban los años 2000 y por aquel entonces la WWE se llamaba WWF. Yo tenía unos 12 años y la veía regularmente, siguiendo semana a semana la trama del clan de los luchadores buenos vs los malos.

Reconozco que en diversas cuestiones he sido más bien ingenuo. Yo realmente creía que todo lo que sucedía en el ring era cierto: los golpes, las caídas, las luchas, las rebeliones internas contra el dueño, todo. ¿Cómo no creer en la veracidad de la lucha libre si los veía saltar desde rejas de 4, 6, 8 metros de alto? ¿Cómo no creer si yo los veía sangrar, sufrir de dolor y gozar la victoria?  Cuando un luchador interrumpía una pelea en curso, realmente creía que era de improviso, aunque entrara en moto al escenario. No reparaba en que su llegada al ring estuviera perfectamente sincronizada con un momento crucial de la lucha y que al ingresar lo hiciera con una entrada musical de fondo.

En algún momento de esos años de pubertad se comenzó a decir que la lucha libre no era real, que estaba todo preparado. El comentario se reiteró cada vez que se hablaba del tema. Al inicio yo lo desestimaba fundamentando mi posición en que había golpes imposibles de trucar. Sin embargo, la duda ya estaba instalada. ¿por qué había luchadores que se retorcían de dolor ante ese golpe que evidentemente nunca les llegó? Y también, ¿Cómo es que los árbitros eran noqueados por error justo cuando un luchador comenzaba la cuenta regresiva para ganar? ¿Cómo el dueño de una empresa iba a permitir que lo golpearan sin hacer algo al respecto?

Irremediablemente fui siendo convencido por la fuerza de la evidencia y terminé sumándome a la idea de que la lucha libre no era real sino pura representación. Me volví lo que se llama un converso. Y como tal, defendí con más fuerza que nadie que mi nueva creencia: la lucha libre es una mentira. Incluso al decirlo creía estar en una suerte de posición superior, como quien ha accedido a la verdad última de las cosas, una suerte de estadio de iluminación tan propia de la embriaguez del converso. No era sino una nueva forma de ingenuidad, pero esta vez, incrédula. La lucha libre no es real, decía. Y entonces la dejé de ver.

Pasé años así, conformándome con señalar lo obvio. Solo de grande vine a reparar en que si bien lo que veía de niño era una ficción calculada, eso no significaba que fuera mentira y que al reconocer el carácter representacional de lo que veía, aparecían nuevas capas de visionado donde podía complementar lo visto con la observación de los mecanismos que operan para mantener viva la ficción. Más allá del binomio donde lo real es bueno y lo mentiroso malo, había un espacio de lectura que se ampliaba al infinito. Podía ver entonces los principios dramáticos más clásicos en una banal lucha televisada, podía ver la frágil frontera entre la virilidad del macho musculoso y una pulsión sexual subterránea poco reconocida, etc.

Hoy sospecho de la gente que niega o desprecia las representaciones. Y sospecho aún más de quienes creen poder ver lo real más allá de la representación, como si ellos tuvieran acceso privilegiado a la realidad, como si al ver una película o leer un libro, estuvieran viendo la biografía de su autor o sus intereses morales.

Hay que valorar la representación en tanto tal. Hay que poder ver las representaciones. Comprometerse con ellas, distanciarse de ellas, pero verlas. El mundo está lleno de representaciones de la vida, pero también de representaciones que dan vida o la quitan, que someten y emancipan. A mí me habría gustado que alguien me explicara eso de niño.

Imagen: ficción calculada

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.