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Arte emergente – Tiempos de emergencia

Iván Insunza escribe en Hiedra para pensar la emergencia sanitaria desde la idea de un arte emergente en el contexto de las nuevas condiciones económicas y creativas del campo artístico a partir de la virtualidad y otras tecnologías.

 

En boca de colegas he encontrado argumentos para defender, por un lado, la necesidad creativa en tiempos de cuarentena y, por otro, la necesidad económica, sobre todo de quienes viven o dicen vivir, principalmente, de las funciones que, estando suspendidas, generan una doble abstinencia/precariedad, artística y económica.

No creo que haya que justificar nada, cada cual es libre de levantar el emprendimiento artístico que pueda para propiciarse mejores condiciones de vida, como también cada cual ejerce la soberanía de dejarse llevar por la embriaguez, el genio, la inspiración o la simple necesidad creativa para su propio bienestar.

Ahora, el problema aparecería en la paradoja que provoca la resistencia a las actuales condiciones de comunicación y convivencia (principalmente virtual) y la certeza de que por un tiempo extenso y, sobre todo, incierto, no habrá muchas más alternativas artísticas ni económicas.

Vuelvo a robar palabras de la boca de colegas, ahora para exponer que, si bien no a todos, la emergencia sanitaria nos encontró, a la mayoría, sin muchos conocimientos ni destrezas en el plano digital. De algún modo, ahora todos somos artistas emergentes en la medida de una relación neófita con los materiales implicados en las preguntas para la creación artística. En tiempos de emergencia, todos somos, por el momento, emergentes.

Sin embargo, antes, después y durante la emergencia hubo, habrá y hay diferentes condiciones económicas, materiales y de visibilidad para pensarse como emergente. Por ejemplo, la tecnología como material para el trabajo artístico, las competencias informáticas como producto contratable o la eficacia de la circulación digital, siguen siendo cuestiones que no se reparten equitativamente y el campo tiene su propia hegemonía y margen que no desactiva sus disputas por mucha emergencia que nos acontezca “democráticamente”.

Un segundo problema radicaría en que sabemos que tomar la posición de no hacer nada, por no ceder fácilmente a las condiciones que se nos imponen, es tan cínico como ponerse a hacer como loco todo tipo de cosas sin el reposo o la demora necesaria. Una vez más diremos: ni tan rápido, ni tan lento.

Pero, ¿qué puede hacer el arte en una realidad de pura emergencia?, un arte emergente-urgente para responder a una realidad de emergencia-urgencia, sería un arte que entra, sin más, en el flujo de administración del tiempo que la realidad impone, pura contingencia, y, siguiendo a Agamben (sí, el mismo que nos cree nazis a todos quienes damos clases universitarias por Zoom), diremos, no hay cambio cultural sin un verdadero cambio en el modo de experimentar el tiempo.

¿Qué puede hacer un arte emergente?, ese que tiene permiso para hacer locuras juveniles, romper esquemas, desafiar al padre, irse de casa. Ese arte menor, el del margen. Puede hacer, para bien o para mal, lo que quiera.

Si el arte se ha definido negativamente de acuerdo a su relación con la realidad, hoy cabría interrogar los límites de esta “nueva realidad”, por muy pasajera que la queramos entender, en la medida que esos contornos nos permitirán definir el rango de acción de un arte emergente.

Cabría interrogar esas desterritorializaciones para repensar cuáles serían los contornos de su autonomía, ese espacio-tiempo recortado que propicia la aparición de lo distinto, otro régimen sensible, otro modo de habitar el tiempo, su metapolítica. Y pensar también, cuál podría ser allí el borramiento de esa frontera, la ruptura de la separación arte-vida. Todo eso allí, en una realidad donde el soporte creativo es el mismo que el laboral, allí donde el programa que nos comunica con espectadores es el mismo que nos permite asistir al cumpleaños de la tía.

El compromiso temático con la emergencia, para mi modo de entender estas relaciones, pasa a un segundo plano. Ya las vanguardias nos demostraron que la filia y la fobia hacia la técnica son constitutivas de las tensiones internas del campo artístico desde, al menos, el siglo XIX en adelante. Por otro lado, también nos demostraron que cuando un momento político intenso y el desarrollo técnico acontecen simultáneamente, el arte tiene y debe tener algo importante que… hacer, decir también, pero sobre todo un pensar-hacer sincrónico.

Y acá Agamben de nuevo, esa sería una posibilidad de operar en el desfase con el propio tiempo, sin euforia y sin depresión. Romper el sortilegio del encandilamiento y lograr mirar la sombra, en la sombra, para lo cual, como sabemos, es necesario cerrar los ojos en el momento preciso o esperar con calma que nuestro aparato óptico se adapte a las condiciones de oscuridad.

En tiempos de emergencia, todos somos emergentes, sí, pero ni la etiqueta ni los discursos logran constituir espacios u objetos valiosos para la reflexión o la experiencia estética, en el mundo ese donde sigue habiendo un campo y un centro. He ahí una responsabilidad del campo artístico. Por otro lado, y siguiendo a Boris Groys, vivimos tiempos de la poética más que de la estética, más gente quiere hacer y decir, menos percibir y elaborar. Habrá pues que romper el hechizo de las redes sociales, la maldición de los medios del poder en sus versiones digitales, la premonición de un fin del mundo inminente, esquivar astrología y autoayuda, haters y trolls, troyanos y cookies.

Buena suerte colegas emergentes.

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Imagen: grafitti pandemia en el Marske Cricket Club del Reino Unido.

Estudió Cine y audiovisual, es Actor (IP arcos), Magíster en Artes con mención en Dirección Teatral y Dr. - PHD (c) en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte (U. de Chile - Universität Leipzig, Alemania).