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El ejército insomne

A propósito de las últimas medidas del gobierno de reabrir malls y volver a trabajar, Nona Fernández publica en Hiedra este oportuno artículo que bien podría ser un aviso de las consecuencias de querer imponer la normalidad neoliberal… El ejército insomne.

 

Nona Fernández Silanes
Escritora y actriz

 

Me dan las seis de la mañana negociando con el tiempo. Miro el techo, reviso el celular, pienso más de la cuenta. Me consuela saber que no soy la única. Somos miles de insomnes en estas noches de encierro. Cuando era niña le temía a la oscuridad. Me apagaban la luz para que durmiera y los diez o quince minutos que demoraba en hacerlo eran una verdadera pesadilla. Un paréntesis de tiempo donde hervía la posibilidad de mis peores miedos. Serpientes venenosas, objetos siniestros, criaturas deformes escondidas bajo la cama. Ahora todo resucita con la pandemia y el encierro. Otra vez esa sensación de tiniebla, esa puerta semiabierta a la locura. Otra vez la noche dentro de la noche.

El 18 de octubre comenzó en Chile una revuelta social que nunca imaginé vivir. La ciudadanía, cansada de décadas de neoliberalismo desatado y abusivo, decidió manifestarse reclamando por la dignidad de su vida. Chile despertó, fue la consigna, porque toda esa realidad violenta y precaria del día a día, se volvió una pesadilla intolerable. Pero a los cinco meses de revuelta, con un gobierno incapaz de escuchar las demandas ciudadanas y con una clase política torpe y desacreditada, llegó la crisis sanitaria y tuvimos que abandonar la calle. Encerrarnos y entregarnos a las decisiones de las mismas personas contra las que estuvimos manifestándonos, las que dieron muestra de su incapacidad de gobernar en tiempos de crisis. Para partir nos dijeron que la cuarentena no era pertinente porque era posible que el virus mutara y se transformara en buena persona. Como si los cinco meses de revuelta no hubieran evidenciado el descontento por el abandono, esta crisis sanitaria ha renovado la comprensión de la orfandad en la que nos encontramos desde siempre.

Cuando tomaron en serio la situación comenzaron las peticiones. Lavarnos las manos para no contagiarnos, desconociendo la sequía y la gran cantidad de territorios sin agua. Mantener la distancia social, desconociendo la realidad de miles que viven hacinados en piezas, poblaciones y cités. Usar mascarillas en lugares públicos, cuando muchos hospitales y consultorios no dan abasto con las que tienen. Que nos realicemos el test si tenemos dudas de contagio, cuando el precio es inaccesible para las mayorías. Que nuestros hijos acudan a sus clases online, mientras miles de niños no tienen computadores o acceso a internet. Que cobremos nuestros seguros de cesantía, cuando somos millones los que trabajamos a honorarios o de manera informal. Que nos relajemos, que leamos, que aprovechemos este tiempo de introspección, como si estuviéramos de vacaciones, como si alguien financiara esta pausa. Porque tal como la ley chilena lo dicta, los empleadores no están obligados a pagar sueldos en tiempos de pandemia. Y nos piden que seamos ordenados y paguemos a fin de mes nuestros permisos de circulación, nuestros arriendos y cuentas, aun cuando más de la mitad de la población no está generando ingresos.

Es tal la falta de conocimiento de la realidad del país que gobiernan, que se levanta la desconfianza y, tal como me pasaba cuando era niña en la oscuridad, comienza a hervir la posibilidad de los peores miedos. Lo que se nos viene encima es un escenario crítico. Lo estamos viendo en Europa y USA. Nos lo gritan desde el futuro. Sistemas de salud mucho menos precarizados que el nuestro ya no están dando abasto.

Sin embargo, en Chile se han flexibilizado las medidas de protección a la ciudadanía y las autoridades se excusan argumentando que la cuarentena total no es sostenible porque no se podría resguardar el acceso a los servicios básicos. Y no les creemos porque otros países sí han podido abastecerse en cuarentena. Y entonces sospechamos que esto es más de lo mismo. Que otra vez se están resguardando los intereses de un pequeño grupo económico por sobre el cuidado a todas las personas del país. Que si antes no les importábamos, ¿por qué les importaríamos ahora? Que lo que quieren es que apaguemos la luz, que nos tomemos la pastilla, que nos borremos y entremos otra vez en el sueño, en ese estado de sonambulismo en el que nos han gobernado desde hace décadas.

Pero ya es tarde porque Chile despertó. El bendito insomnio nos tiene alertas. Ya conocemos el rostro de nuestros peores miedos. Sabemos los nombres de las serpientes venenosas, conocemos el prontuario de las criaturas deformes escondidas bajo la cama. Hoy somos un ejército encerrado e insomne que vela sus armas porque, al salir de aquí, se enfrentará otra vez a la verdadera pesadilla.

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Foto: noche de protestas en Santiago de Chile, noviembre 2019.