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El nudo ciego de la Constitución ilegítima y la violencia de Estado

Iván Insunza escribe en Hiedra para abordar un aspecto de la complejidad del proceso constituyente: la ininterrumpida violencia de Estado, las violaciones a los derechos humanos, la prisión política y su vínculo con nuestra historia reciente.

 

La dictadura impuso un régimen del terror, violencia de Estado sistemática que abrió heridas que nunca sanarán. La dictadura también se encargó de amarrar un modelo económico y un modo de vida a través de una Constitución de espaldas al pueblo. La llegada de la democracia prometía ser el final del horror y de varios modos lo fue. Sin embargo, la reafirmación del modelo y la continuidad de un Estado asesino también fueron partes nítidas de la transición. Es que no es fácil desatar un nudo ciego.

El pacto transicional y sus nefastas consecuencias parecieron en su momento ser el costo que había que pagar para dejar atrás el horror de la dictadura, pero el tiempo fue haciendo su trabajo y la acumulación del malestar también. Las sospechas que recaían sobre la concertación se fueron transformando en certezas: el modelo pinochetista no se iba a cambiar tan fácil o, incluso, difícilmente se iba a cambiar si ninguna de las dos principales fuerzas políticas parecía tenerlo en sus planes.

Cuento corto, el malestar estalló y esa continuidad quedó en entredicho. Quedó en evidencia un proceso de repolitización de la sociedad chilena que podemos leer desde el gobierno de Ricardo Lagos, las revueltas estudiantiles, feministas y, finalmente, sociales de modo transversal.

Quienes aprobamos una nueva constitución vemos en ese proceso no la forma ideal, pero una bastante poderosa respecto del escenario anterior. Finalmente la democracia es siempre un terreno de disputas y no un estado último de las cosas al que se espera llegar cuando la copia y la idea se fundan en una sola cosa.

El plebiscito deja a la vista que esa confianza es más o menos generalizada, sin embargo, no hay modo de seguir confiando en ese proceso si no se desata el nudo ciego. Es que a más de un año de la revuelta seguimos siendo testigos de violaciones a los derechos humanos, torturas, violaciones, asesinatos, humillaciones, mutilaciones oculares, represión, utilización política de las policías y más.

El malestar acumulado en la transición son esas dos hebras: modelo político-económico y violencia de Estado impune. Esos son los dos principales elementos que se rechazan de la dictadura y las dos hebras que la transición no supo desatar y, de varios modos, apretó con más fuerza.

El proceso constituyente no es suficiente y a ratos pareciera que para muchos sí. Basta con ver las consignas del lapicito súper poderoso que inundaron las redes sociales previo al plebiscito y que se reinventaron y reinventan en ocasión de los diversos procesos eleccionarios que vienen por delante. Basta con dar un vistazo a la televisión que ha vuelto a alumbrar y dejar en sombras ciertas informaciones con una directriz clara e interesada. Las ganas del final feliz apresurado se ha hecho evidente en varios sectores, pero no, los nudos tienen dos hebras y se desatan juntas o no se desata el nudo.

A más de un año de la revuelta se ha ido instalando un clima de normalidad del horror que alimenta más dudas que certezas. A un año de la revuelta el gobierno asesino ha blindado a los culpables, ha hecho malabares insólitos con nombres y números que los medios no han querido ni sabido develar, han mentido, robado, asesinado y encarcelado injustamente. No sólo han dado continuidad a un Estado criminal, sino que lo han acrecentado, fortalecido y justificado a un punto insostenible. No son uno ni dos ni tres, son decenas de informes nacionales e internacionales que certifican que en Chile se violan los derechos humanos.

Tenemos muchas ganas de una nueva Constitución y, aunque no sea una asamblea popular quien la redacte, parece abrir una posibilidad de democracia que, al menos, no sea la pactada que terminó por explotar. Esa confianza, o esperanza incluso, nos hace olvidar con frecuencia y facilidad que este ha sido un proceso histórico importante y, como tal, viene acompañado de sangre y no poca.

Es difícil equilibrar la esperanza de futuro, la indignación perpetua del pasado y la incandescencia del presente, es un trabajo diario no olvidar a los presos de la revuelta mientras vamos a votar. Conciliar el clima de levantamiento de nombres para constituyentes y la represión y asedio nocturno en las poblaciones. Juntar con calma las imágenes de un mañana más digno y los registros de nuevos abusos, excesos, violencias sistemáticas y de la indolencia gubernamental.

Claramente, ya no parece tan descabellada la posibilidad de que este gobierno no termine su periodo, la indignación aumenta, la calle no se calma, apagan el fuego con bencina y no les complica. La prensa internacional lee con claridad el escenario mientras los medios locales vuelven a sus frases hechas, malintencionada yuxtaposición de planos, cruces perversos de imágenes y textos.

No sé, no escribo esto ni con el más mínimo interés de hacer análisis político que no es tampoco mi especialidad ni con el coraje de lanzar predicciones aprovechando el clima de recuento que acompaña los diciembres. Sólo digo que para soltar los nudos ciegos uno tira un poquito de una hebra y un poquito de la otra y aquí, hoy, mirando lo poco que alcanzo a ver, digo que tenemos medio descuidada una de las hebras. Una que tiene fibras del trauma dictatorial, de la desilusión transicional y de la propia revuelta. Es una hebra delicada, que genera y acumula malestar rápidamente, una que habría que atender, sino por más que tiremos de la hebra constituyente no haremos más que apretar el nudo ciego y ahí ya sólo queda usar tijera y cortarlo, ¿Qué significa eso al interior de la metáfora? No tengo idea, pero no suena bien.

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Imagen: José Venegas, 14 de noviembre de 2019.

Estudió Cine y audiovisual, es Actor (IP arcos), Magíster en Artes con mención en Dirección Teatral y Dr. - PHD (c) en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte (U. de Chile - Universität Leipzig, Alemania).