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Donde viven los bárbaros: la paradoja del otro

Fuimos a ver «Donde viven los bárbaros» obra de Bonobo Teatro que visibiliza una paradoja contemporánea respecto al lugar de la alteridad.

 

Donde viven los bárbaros es la última obra de Bonobo Teatro que continúa la exploración discursivo/estético/ideológica que vimos en Amansadura, su anterior montaje. Y si en ella lo que veíamos era a individuos incapaces de generar un lenguaje político sobre lo que les es común (toda vez que lo fracturado es la relación que articula lo político con lo social), en esta ocasión lo que vemos es la fisura de las convenciones que, suponemos, permiten la inclusión de lo diferente, del otro en aquel espacio común.

Desde un hilarante preludio que nos retrotrae a la Antigua Grecia, se instalan dos preguntas: ¿Quiénes son los bárbaros? y ¿Dónde viven? Ante la falta de representaciones que puedan dar certezas sobre estos salvajes, la gente de la polis responde con especulaciones de todo tipo: se trataría de seres sobrenaturales, dueños de una fortaleza y una fecundidad superior, que viven allá, a extramuros, escondidos entre los bosques. Pero para cuando su escuálida y triste estatura aparece en la ciudad, aquellos seres –ahora simples extraños– son para los atenienses nada más que una versión rechazable (e inferior) de ellos mismos.

Dos mil quinientos años después, ambas preguntas se vuelven a reiterar a través de una situación (aparentemente) cotidiana. En su dramaturgia, Manzi vuelve a utilizar la fórmula empleada en Amansadura para hacer acaecer en Roberto (Gabriel Cañas), el carismático e incorruptible líder de una ONG que pretende democratizar zonas en conflicto por todo el mundo, las consecuencias de las fantasías, malentendidos y malas decisiones que él y todos los presentes toman esa noche.

Entonces vemos el progresivo desborde de una realidad dotada de delirantes personajes: primero entran los dos primos de Roberto, uno (Carlos Donoso), que indudablemente tiene un déficit intelectual que le impide hacer abstracciones sobre la realidad. Ello le valdrá las sospechas sobre el uso de drogas por parte del segundo primo (un notable Gabriel Urzúa) quien en su aparente normalidad, es la mejor demostración de las múltiples formas en que la corrección política se transforma en un discurso conservador y discriminatorio. En efecto, son incontables las veces en que durante esa noche él derrocha moralidad, al tiempo que pide «poner en contexto» las historias que escucha sobre diversos asesinatos de prostitutas, nazis y violaciones entre menores de edad (¡¿pero no se supone que los DD.HH son universales?!).

Sigue la Griega (Paulina Giglio), una romántica activista de la ONG de Roberto, que ha arribado a Sudamérica en busca de las nuevas formas de organización social, que ella supone, están teniendo lugar acá. Cierra el cuadro un hierático ex carabinero (Franco Toledo) pronto a ser despedido de la misma ONG por sus cuestionables métodos de trabajo que, sin embargo, demuestran increíbles resultados. Sin ir más lejos, esa misma noche y mediante un juego de roles, logra descifrar incluso quienes serían los bárbaros hoy.

Bonobo tiene talento para generar situaciones absurdas, llenas de un humor despiadado que en última instancia nos enfrenta al devenir catastrófico de un piño de seres humanos que intentan hacer el bien -o reparar el mal- y fracasan estrepitosamente. Fracasan porque puesto al límite, su marco valórico se vuelve contradictorio, escaso, acomodaticio.

Parecería entonces que a la pregunta por donde viven los bárbaros responderíamos: los bárbaros están aquí. Y aunque algo de eso hay, aquella conclusión -en última instancia una autodenuncia autocomplaciente- es insuficiente porque en realidad lo central en Donde viven los bárbaros es una paradoja: por mucho que se pretenda el reconocimiento del otro por parte de la sociedad (dominante), este nunca tendrá lugar en los términos que el diferente lo quisiera y que el romanticismo liberal de izquierda, exige.

Por eso la pretendida democratización que lleva Roberto a zonas en conflicto, supone necesariamente la incorporación de los pacificados a una misma lógica democrática occidental, a saber, capitalista, donde el antes bárbaro ahora deberá negociar políticamente su identidad. Misma suerte corre la utopía de la Griega en tanto ésta supone –desde su eurocentrismo- que en Latinoamérica va a descubrir un inédito tipo de asambleísmo selvático-comunitario capaz de oponerse al capitalismo salvaje, cuando en realidad no hay descubrimiento posible ahí donde América ya ha sido inventada (y colonizada) por la misma lógica global. ¿Y qué hay del primo de Roberto (no el retrasado)? ¿Son o no son universales los DD.HH? ¿Realmente todos los humanos valen por igual? Y si no fuera así, ¿Podemos acaso renunciar a pensar universalmente?

La vuelta de tuerca de Donde viven los bárbaros hace imposible ya aceptar la caricatura de que la discriminación es mala y la igualdad es buena. La paradoja planteada, en cambio, nos obliga a pensar que las formas en que hoy creemos estar reconociendo el lugar del otro (bajo las ideas de inclusión, tolerancia, etc.), pueden ser a su vez formas de exclusión, modulaciones de un mismo principio que ahora amuralla la polis por dentro.

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Ficha Artística

Dirección: Andreina Olivari y Pablo Manzi
Dramaturgia: Pablo Manzi
Elenco: Carlos Donoso, Gabriel Cañas, Gabriel Urzúa, Franco Toledo, Paulina Giglio
Diseño Integral: Juan Andrés Rivera y Felipe Olivares
Música: Camilo Catepillan
Producción: Katy Cabezas

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.