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Ignacio Achurra columna

Posmentira: la trama de los ventiladores mecánicos

Ignacio Achurra escribe para Hiedra este artículo para dar cuenta de como la proliferación de fakenews se transforma en una estrategia política orientada a mantener pequeñas cuotas de poder, todo a propósito de la verdadera telenovela en que se ha transformado la trama de los ventiladores mecánicos.

 

Ignacio Achurra
Actor, director teatral y académico

 

«La persuasión y la violencia pueden destruir la verdad,
pero no pueden reemplazarla»
Hanna Arendt

 

El neologismo posverdad irrumpió con fuerza en la última década para referir un intento por distorsionar de forma deliberada la facticidad de los hechos, apelando a los prejuicios, creencias personales y particularmente a las emociones, con el objetivo de conducir a la opinión pública a favor de ciertas tendencias políticas. Es un fenómeno que se enmarcaría en una era de exaltación de la propia individualidad, en la que el cómo me siento o lo que yo opino, constituyen la verdad. Una especie de reemplazo de lo que ocurre, por lo que yo observo y quiero creer qué ocurre

La era de las fakenews o falsas verdades. La confirmación de los propios prejuicios en un fluir incesante e inasible de información digital que modela conductas, sentimientos y constituye individuos políticos afirmados en sus propias e incuestionables verdades personales reveladas. 

El debate público, la búsqueda por eso que algunos han querido denominar “verdad objetiva”, y la ciencia, pierden terreno en este mar de subjetividades autoconfirmadas y sedientas de algoritmos que los ratifiquen en sus prejuicios. En este mar revuelto de hechos, verdades y creencias sin sustento, el mundo recibió a la peor pandemia que se recuerde en décadas, sino, en siglos.

En Chile el escenario social tenía su propio estado de convulsión. El estallido social de octubre creó una frontera insalvable entre movilizados y protectores del statu quo. Los del apruebo y los del rechazo. La pandemia ha exacerbado ciertas retóricas dónde la verdad basada en evidencia importa menos que la defensa de las posiciones y trincheras personales y políticas. No se puede conceder un centímetro al rival, aunque eso implique negar hechos evidentes. 

Algunos políticos, inyectados de optimismo, han afirmado que la pandemia llega a Chile en un momento “positivo” en que la opinión pública está con los radares lo suficientemente activos como para ver con claridad, por ejemplo, el rol clave que deben cumplir los cuestionados estados nacionales en la protección y amparo de servicios esenciales como la salud. Me temo que es una mirada en exceso optimista. La pandemia ha puesto en evidencia que en el Chile actual la facticidad se ha ocultado en una tormenta perfecta de discursos altisonantes y de bajo sustento y acción política, que impiden ver con claridad cuáles medidas y anuncios tienen asidero en la realidad, y son positivas para el control de la pandemia, y cuáles responden a una performance comunicacional sin base científica y que se enmarcan dentro del afán de reposicionamiento del Gobierno.

Las instituciones y las élites (otra institucionalidad factual en Chile) han caído en tal descrédito, que un porcentaje no menor de la población considera que está sola, desamparada y que, además, debe estar en una posición de alerta extra, no sea que la pandemia sirva para, desde las propias medidas de empleadores y autoridades, quitarles lo poco y nada que tiene. 

La mezcla entre autoridades, expertos, seudo expertos, inexpertos, fanáticos religiosos, alarmistas, optimistas, presagistas y escépticos que pueblan redes sociales y matinales, ha generado un estado de confusión tal, que son pocos los que se animan a creer (o a descreer) fielmente, las indicaciones de la autoridad central. La ciudadanía está mareada y no es para menos, si el propio gobierno en un asunto clave cómo es la adquisición y disponibilidad de ventiladores mecánicos, ha creado su propia tragicomedia de equivocaciones y falsedades.

El 19 de marzo el ministro Mañalich anunciaba, en una cuidada puesta en escena en el Palacio de La Moneda, que Chile había adquirido más de 600 nuevos ventiladores mecánicos. Estos, sumados a los 500 de una supuesta donación de China, permitirían al país contar con cerca de 1000 ventiladores nuevos para enfrentar la pandemia. Noticias posteriores hablaban de que el número se incrementaba llegando a alrededor de 1500.

El presidente Piñera, en el marco de una diseñada estrategia para mostrar una reacción rápida y eficaz, a diferencia de la inexcusable tardanza que se les imputa a gobernantes como Trump, Bolsonaro y, del otro espectro político, a AMLO y Pedro Sánchez, afirmó en entrevista en Chilevisión el 29 de marzo, que las compras se habían realizado durante enero, mes en que todavía no se visualizaba con claridad el impacto global que tendría el COVID-19. Piñera repitió esta afirmación en diferentes medios e intervenciones al país, en un deliberado afán por lucir la visión y proactividad que le valió tantos elogios locales e internacionales, en el exitoso manejo de la crisis de los mineros durante su primer mandato en 2010.

El 4 de abril Mañalich gestionó un avión de la FACH para que se dirigiera a buscar los ventiladores donados por el gobierno chino, aseverando, además, que en el mundo se había desatado una “guerra por los ventiladores”. Quedaba en evidencia, por las palabras del ministro, que en las aduanas de países de todas las latitudes se estaba incurriendo en acciones piratas de confiscación (robo) de insumos sanitarios para uso local, contraviniendo de paso el acuerdo tácito del comercio internacional sustentado en la confiabilidad de las partes privadas y públicas. Del avión y los ventiladores no se supo más. La información empezó a caer de a cuenta gotas. Los ventiladores no llegaban y la prensa acosaba al ministro para que diera respuestas, quién, amparado en la idea de un secretismo estratégico burlaba, no sin ironía, la demanda por información.

El 9 de abril algo comenzó a oler mal en Dinamarca. Mañalich aseguró que los casi 1500 ventiladores no llegarían, pero que el sistema podría prescindir de ellos. En paralelo medios de prensa revelaron que el Gobierno de Chile sólo había realizado compras significativas de ventiladores desde el 13 de marzo. ¿Y los ventiladores comprados en enero y anunciados por el presidente de la república en televisión abierta? Nada. Ni una aclaratoria, ni un desmentido oficial. En período de “guerra de ventiladores”, la institución se guarda el derecho a una transparencia controlada o, dicho de otro modo, a una opacidad legitimada.

En adelante las informaciones emanadas desde el propio gobierno y la prensa dan cuenta de una confusión y choque de datos y fechas indescifrable. Es tal la contradicción en lo que las autoridades han expresado, que ya las cifras de ventiladores posibles a llegar oscilan entre los casi 1500 originales y 200. Algunos afirman que ya están llegando, otros que ya llegaron y otros que los proveedores señalan no tener stock ni para el mediano plazo.  

El 19 de abril se vivió un momento que podría quedar en los anales de la antidiplomacia. El ministro Mañalich en un hecho inédito, leyó en un noticiero al aire la conversación privada por Whatsapp que habría sostenido con el embajador de China en Chile,  Xu Bu. En ella el titular de la cartera de salud habría pauteado al embajador del país asiático, solicitándole que negara a la prensa conocer sobre las gestiones con su país para la adquisición de ventiladores mecánicos, luego de que el propio diplomático aseverara días antes y públicamente no conocer de estas gestiones. El extraño incidente tuvo un nuevo capítulo cuando Xu Bu, volvió a afirmar días después  que no hay gestiones, sino intenciones de Chile, para traer ventiladores de su país. 

Pero más allá de la comprensible y evidente complejidad que reviste conseguir material sanitario de alta demanda mundial, en un momento de fronteras cerradas y paralización global, lo cierto es que ya pocos se preguntan si las aseveraciones realizadas por el ministro Mañalich y el propio presidente Piñera, fueron en su momento ciertas. Y es que nos estamos acostumbrando a vivir mentira sobre mentira y cada vez son menos los que se ocupan por ir tras la verdad perdida. 

“En la guerra la primera víctima es la verdad”, afirmó en 1917 el senador estadounidense Hiram Johnson y parece que, en esto, el ministro Mañalich está en lo cierto. En la trama de los ventiladores mecánicos la verdad la perdimos desde un comienzo y ya estamos sumergidos en un nuevo estadio, aún más peligroso que el de la posverdad: el de la posmentira. No se trata ya de negar los hechos sobreponiendo la emocionalidad y creencias propias, se trata de que se ha ido construyendo un relato en que cada afirmación se ve contradicha con la siguiente, y con los propios acontecimientos. 

Si la credibilidad y la fe pública estaban lesionadas gravemente ya en Chile, pareciera que luego del arribo de la pandemia, ya no importa si las autoridades dicen la verdad. Lo importante pareciera ser, y tal como lo señalara Guy Debord en la década de los setenta, la dimensión espectacular, la representación que se instala por sobre la propia realidad otorgándole a las imágenes la fuerza de un hecho, de otra realidad tan o más importante que la realidad factual. 

En lo próximo veremos una sucesión de puestas en escena en que el presidente Piñera y el ministro Mañalich festejarán como acontecimientos históricos el arribo de partidas de ventiladores mecánicos (cómo olvidar el eufórico y escénico “¡cumplimos!” de Mañalich, festejando el supuesto fin de las esperas en salud pública, hecho luego desmentido por la propia Contraloría). Probablemente lo harán desde la propia loza del aeropuerto potenciando la condición espectacular del momento. 

Atrás quedarán los datos (cantidad de ventiladores, contratos con empresas o recursos públicos mal empleados). Parte importante de los ciudadanos se sentirán arrastrados hacia un sentimiento de regocijo, de optimismo, de sensación de que las buenas noticias pasajeras bastan para olvidar el escrutinio agudo de lo cierto. Primará la emoción por las buenas nuevas, esas noticias que posadas una sobre otras a ritmo de propagación viral, van cubriendo con manto de acero, las falsedades. La teatralización del poder nos hará una vez más conectarnos con esa pulsión humana incontrolable de que “las cosas vayan, por fin, bien”. A fin de cuentas, entre una verdad que duele y una mentira que alienta, mejor quedarnos con la segunda.

Las sociedades para avanzar exigen disponer de la propia voluntad para persuadir y dejarnos persuadir por las ideas, emociones y proyectos de quiénes se sitúan en un espectro político y social distinto. Y en aquello, la verdad de los hechos es clave. Podemos interpretarlos y disputar estas interpretaciones en la esfera pública, pues en esto consiste parte importante de la democracia. Pero si no reconocemos cómo son realmente los hechos y nos empeñamos en construcciones fantasiosas ajustadas a nuestros prejuicios, toda interacción política en pos de acuerdos para el bien común, se vuelve cuesta arriba. 

En Chile vivimos una crisis de la verdad, que tiene un punto de inflexión en la falta de justicia por los crímenes cometidos en dictadura. Pero, por sobre todo, por el acuerdo social sobre qué es lo que allí realmente sucedió. Un sector no menor (y en apariencia creciente de la mano de la emergencia de nuevos fascismos) niega, pese a toda evidencia, que en Chile hubo una maquinaria de Estado destinada a la tortura y exterminio. 

La institucionalidad, a la luz de casos tales como el asesinato del joven comunero Camilo Catrillanca, los robos en el Ejército y Carabineros,  violaciones a los DDHH durante el estallido, etc., no ha apostado lo suficiente a la verdad como eje rector para la convivencia social. Y en su afán de protegerse así misma, ha reescrito una y otra vez los hechos, para a través de una maquinaria performativa de poder, terminar convenciendo y convenciéndose de que las cosas son cómo desean, más que cómo realmente han sido y son. 

La posmentira amenaza y daña la fe pública, la democracia, la convivencia y fomenta el malestar social. Su efecto despolitizante es territorio seguro para el poder, puesto que desplaza los antagonismos ideológicos al campo del espectáculo, y allí, la hegemonía hace valer su peso. Combatir la posmentira es pujar por mantenerse dentro de la política. Y para ello hay que insistir una y otra vez en la fuerza de los hechos y no sucumbir a la tentación de retóricas grandilocuentes y pobres puestas en escena. 

Imagen: Agencia Uno.