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Locutorio: la reclusión de una vejez confusa

Cami León fue al GAM a ver «Locutorio», obra dirigida por Cristián Plana que cuenta con la actuación del destacado actor y dramaturgo Alejandro Sieveking. 

 

Por Cami León 

 

Nueve de la noche. GAM. Edificio B. Sala N1, segundo piso. Escenario. Una cabina. Dos cuerpos cansados y avejentados: los espectadores, en su mayoría, un público mayor. Empieza la función…

Locutorio nos narra la historia de amor entre Elisa (Millaray Lobos) y un Viejo Gris que desea ser de muchos colores pero que no tiene nombre (Alejandro Sieveking) a través de diálogos que viajan entre el pasado y el presente en una relación que está lejos de esclarecerse. La convivencia, que se genera en un límite entre dos cubículos de vidrios polarizados, corresponde al dispositivo escénico.

Este, nos demuestra con frialdad lo que se pierde en el transcurso de los años ya que aísla a los personajes en un sentimiento de desolación expuesto a la idea de cómo se vive el cariño entre dos ancianos en este extraño lugar. Lugar, que no logra establecerse si es un sanatorio o una especie de cárcel metafórica donde todo puede ser una ilusión. Ellos, intentan resolver la ecuación de su estadía en ese sector en una relación que va manteniendo (o desgastando) sus recuerdos y hasta la vida misma.

¿Quién está enfermo y quien es el visitante? Esta es la premisa general donde la demarcación entre lo real y lo ficcional se difumina dado que los personajes intentan atribuirle la enfermedad al otro. El destacado dramaturgo Jorge Díaz, vuelve a las tablas bajo la producción del GAM que conmemora los 10 años de su muerte.

La pieza teatral retrata la locura y la lucidez en un solo lugar. La mezcolanza de recuerdos apolillados, los días cortos, mecánicos y desvalidos son amparados por la presencia de la muerte latente en un presente contemplativo que pulula entre estos dos seres que no pueden tocarse.

Bajo la dirección de Cristián Plana, la puesta en escena genera literalmente, un espejo de ilusiones que juega visualmente con el reflejo de los actores. De esta manera, la dirección sitúa a la actriz, (que es bastante más joven interpretando un papel de anciana) como la encargada de movilizar la escena dada a su mayor vitalidad y flexibilidad.

Sus movimientos van desde todos los ángulos de la caja, variando en ritmos y niveles, lo que en conjunto con articulaciones vocales, genera las transiciones pertinentes que se apoyan, a su vez, en una iluminación pulcra y sonidos envasados sutiles. Según fuentes cercanas, la caja donde se sitúa el actor de 82 años, posee una luz muy tenue que no permite visualizar completamente a su compañera, por lo que la interpretación de Alejandro, termina siendo una secuencia matemática digna de admiración ya que su planta de movimientos logra ser coordinada con la actriz.

La caja nos permite imaginariamente, abrir o cerrar el pestillo del mundo racional y senil en un camino que casi todos embarcaremos. De esta manera, se recrea la alegoría de la perdida de los sentidos a un estado de esterilidad, como una impotencia de la improductividad de los días, del cuerpo y de la mente.

¿Qué se gana o se pierde cuando la salud física y mental va decayendo?  Pareciera que todo está perdido. Por lo visceral del texto y la actuación, se extiende la idea de la desesperación de no saber dónde se está parado. Esto último, incita a una imagen escénica surreal donde aparecen cuatro cuerpos que sustituyen al de Sieveking y nos sumerge en el estado de locura de Elisa o el de su marido, lo cual queda en la libre interpretación del espectador.

Locutorio aparece –literal y metafóricamente- un grito de auxilio que nadie escucha y que, contextualizado a la realidad chilena, representa la generalidad de todos los ancianos que deben sortear el ocaso de sus vidas con pensiones miserables. Una injusticia social donde “la mesada” no da ni para el paracetamol o el Losartan.

Sin embargo, no pareciera ser el fin de la obra el generar una crítica social. El tratamiento es un tanto indiferente con el contexto y nos sugiere que estos dos ancianos son de una situación acomodada. De todos modos, su jubilación pierde la noción de júbilo puesto que no queda más que tomar el té, comer frambuesas y ver la tele hasta dormirse.

El cierre de la obra es abrupto, casi insensible e inesperado, por lo que solo queda un final… la muerte.

Obra vista en mayo de 2017

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Ficha Artística

Dramaturgia:  Jorge Díaz
Puesta en escena: Cristián Plana
Elenco: Alejandro Sieveking y Millaray Lobos
Coro: Katherine Maureira, Francisca Hono y Simone Muñoz
Asistente de escena: Valentina Narváez
Escenografía: Sebastián Irarrázabal
Realización: Ricardo Carril
Diseño sonoro y música: Diego Noguera
Vestuario: Angela Gaviraghi
Iluminadores: Antonia Peón—Veiga y Matías López

¿Cuándo?

Mi – Sáb  21 hrs

Hasta el 17 de Junio

Centro Cultural GAM
Edif. B, 2do piso, Sala 1.