Fuimos a ver “Selva” a la galería de artes de Matucana 100 en el marco del Santiago Off. La obra de Pierre Sauré y Teatro Sub se basa en el polémico Caso Quemados.

Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri, eran dos jóvenes que querían vivir en democracia. Corría el año 86 y se programaba un paro nacional para terminar con la dictadura. Ellos iban a participar. No se conocían entre sí, solo se habían topado unos días antes cuando Rodrigo, ciudadano americano de padres exiliados chilenos, documentaba con sus fotografías las actividades sociales que se hacían en una población. Ahí le sacó una foto a Carmen Gloria que jugaba con los niños. Cuando caminaban por las calles cercanas a General Velásquez, vieron aparecer una camioneta militar y todo el grupo que caminaba con ellos se dispersó. Sin conocerse, ambos corrieron en la misma dirección. Los militares los encerraron, los golpearon y los bañaron en bencina, quemándolos vivos para luego abandonarlos en una zanja en la zona norte de Santiago, donde fueron encontrados y auxiliados por trabajadores de la construcción. Carmen Gloria aún vive gracias a años de tratamientos. Rodrigo murió tres días después.

Esta información base sobre el conocido “Caso Quemados”, fue utilizada por el director y dramaturgo Pierre Sauré para construir la obra Selva en conjunto con la compañía Teatro Sub, poniendo en escena una ficción sobre lo que podría haber pasado si Rodrigo y Carmen Gloria se hubiesen conocido y hubieran podido escapar.

El montaje, descrito por el autor como una performance teatral, presenta una estructura fragmentaria que se divide en once capítulos nombrados como Cacerías. Cada una de estas partes va intercalando testimonios de Carmen Gloria, de la madre de Rodrigo Rojas y el ex-conscripto Fernando Guzmán, quien durante el 2015 rompió el pacto de silencio impuesto por sus superiores y reveló la identidad del militar culpable del crimen.

La puesta en escena tiene lugar en la galería de artes de Matucana 100. No hay muchos elementos. Solo algunos pedestales para focos de iluminación, micrófonos, un par de asientos, dos retroproyectoras usadas como fuentes lumínicas y dos músicos que tocan en vivo (violonchelo y cuerno francés o trompa). Se suma como parte de la escena la presencia del director, quien canta y escribe a lo largo de la obra una serie de oraciones que se proyectan en la pared de la sala.

Camila Hirane, interpreta durante los once capítulos a Carmen Gloria, narrando con dulzura una romántica historia de amor en la que sueña con Rodrigo, “el gringo” como ella lo llama, y con la posibilidad de vivir un amor fugitivo que se esconde en países y casas extranjeras arrancando de la represión. Todas estas escenas son iluminadas por la retroproyectora y los efectos hechos con distintas texturas sobre la luz.

La historia revela pronto su ingenuidad, tal como la puesta en escena. Sea porque lo documental en el teatro tiende a confundir cotidianeidad con tedio o porque el tono poético verborreico aletargado terminaba siendo un somnífero. La estructura de Selva resulta predecible y agotadora, no solo por la monotonía, lentitud y la absoluta obviedad de los acontecimientos, sino por la reiteración de una mirada política cargada a la nostalgia donde permanece la estética que hace que una tragedia se vuelva algo lindo de recordar, eliminando, así, su carga horrorosa.

Carmen Gloria Quintana y Verónica de Negri (madre de Rodrigo) han evitado la victimización y la espectacularización de su caso. Sin embargo, Selva, parece desentenderse de ello, proponiendo una mirada romántica, carente de relevancia e insolencia, buscando las lágrimas del espectador y que en última instancia se percibe como un ejercicio demasiado oportuno.

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